Ciudad Autónoma de Buenos Aires

El día en que Muhammad Ali comió un asado con José Ignacio Rucci en una fábrica en Lanús

Lorenzo Miguel, Carlos Spadone, Muhammad Ali y José Ignacio Rucci

Lorenzo Miguel, Carlos Spadone, Muhammad Ali y José Ignacio Rucci

“Se nos ocurrió que podíamos traer a Ali. Lo pensamos con Méndez, que conocía el mundo del boxeo. Pensamos que podríamos hacer una exhibición en el estadio de Atlanta con (Miguel Ángel) Paez, el campeón argentino. Ali se entusiasmó porque no conocía Argentina, y vino. Entonces, para después de la pelea, lo invitamos a un asado en mi fábrica en Lanús. Allí se encontró con Rucci, Lorenzo Miguel, y otros sindicalistas. Hablaron toda la noche con un intérprete. En un momento alguien lanzó el desafío y Rucci y Ali se enfrentaron en una pulseada”.

El relato es del empresario Carlos Spadone, entonces director de Las Bases, la revista oficial del Partido Justicialista, y vinculado a la dirigencia sindical.

La visita de Ali a la Argentina tenía el sello de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM).

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En esa pulseada había dos mundos que se cruzaban por primera vez.

El paso de Cassius Clay a Muhammad Ali

Cassius Clay había crecido con el desprecio de la sociedad blanca norteamericana hacia los negros. El ring era el único espacio en el que podía tener refugio. Fuera del ring, no tenía derecho a voto, no podía entrar a bares o comercios reservadas para blancos, o sentarse junto a ellos en el transporte público.

Los negros en Estados Unidos arrastraban por generaciones el recuerdo de la esclavitud, la segregación y las humillaciones.

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Clay también.

Pero pensaba que, aún siendo negro, algo podría cambiar después de que trajera la medalla de oro de los Juegos Olímpicos de Roma en 1960, a los 18 años. Pero nada cambió. Después de saludos y festejos, se negaron a servirle el menú en una cafetería de Louisville, la ciudad donde había nacido. Clay contó que tiró la medalla al río.

Pero su potencial deportivo no era para despreciar. Un grupo económico lo contrato y lo llevó a entrenar a Miami, al gimnasio de la Calle 5, bajo la dirección de Angelo Dundee.

Clay vivió en el barrio de Brownsville. Era querido por la comunidad negra que padecía la discriminación. En esa época los únicos negros que podían alojarse en Miami Beach eran los que vivían con sus patrones. El resto, que trabajaba en restaurantes u hoteles, debía cruzar la bahía al final de cada jornada. La prohibición alcanzaba incluso a estrellas como Sammy Davis Jrs o Nat “King” Cole, que actuaban en Miami Beach y se alojaban en hoteles de barrios negros.

Clay comenzó a inventar su propio guión en Miami. Sus entrenamientos generaron atracción. Era veloz y de buenos reflejos, aunque poco ortodoxo. Le cuestionaran el bailoteo en círculos para esquivar golpes. Dundee trabajó para pulir su técnica. Desde los primeros combates ya comenzó a tener publicidad, a participar en programas de televisión, a decir que “era el más grande”.

El gimnasio era su escenario.

Mientras tanto, en secreto, comenzó a reunirse con Malcolm X, líder de la Nación del Islam, un movimiento de musulmanes negros que luchaba por los derechos civiles. La “X” reemplazaba el apellido que había sido determinado por su amo. Malcolm X fue su inspirador, el que motivó la conversión de Clay al Islam. La religión comenzó a tener una importancia crucial en la vida de Clay.

Cassius Clay junto a Malcolm X (Getty Images)

Cassius Clay junto a Malcolm X (Getty Images)

Pero las reuniones eran secretas porque temían que, si se conocía la relación, Clay podría perder la posibilidad de pelear por el título del mundo.
Su rival fue Charles “Sonny” Liston. Pocos creían que pudiera tener alguna chance en el combate, aunque anticipó mil veces su triunfo. Clay tenía 22 años. Liston 32. Clay convirtió el pesaje en un acontecimiento en las peleas de boxeo. Comenzó a gritarle, a ofenderlo: “Eres demasiado feo para ser campeón del mundo”.

Pese a que todas las apuestas estaban en su contra, lo venció en el séptimo round.

El 25 de febrero de 1964 se consagró campeón del mundo.

Un día después reveló que era miembro de la Nación del Islam. “Me bauticé a los doce años, pero no sabía lo que estaba haciendo. Ya no soy cristiano. Sé adonde voy y sé la verdad. No tengo que ser lo que quieres que sea. Soy libre de ser lo que quiero”, escribió.

La influencia de Clay y Malcolm X sobre la comunidad afronorteamericana comenzó a asustar a la sociedad blanca.

Cassius Clay cambió su nombre. Ya no tendría más el de Clay, heredado de sus antepasados esclavos. Sería Muhammad Ali.

Seis meses después obtuviera el título del mundo, el presidente norteamericano Lyndon Johnson anunció el bombardeo de Estados Unidos a Vietnam del Norte, mientras, en el patio interno, continuaba la violencia contra los ciudadanos negros que reclamaban derechos de igualdad con los blancos.

Ali se negó a servir al Ejército para ir a Vietnam. “No voy a recorrer diez mil kilómetros para ayudar asesinar a un país pobre simplemente para continuar la dominación de los blancos contra los esclavos negros”, dijo.

En una oportunidad se presentó en un centro de entrenamiento del Ejército pero se quedó inmóvil, sin responder órdenes, y fue rechazando sucesivas convocatorias con un realismo extremo, marcando un paralelo entre sus peleas y la guerra.

“Con los impuestos que pago por cada pelea un soldado norteamericano vive un mes matando gente en Vietnam. Con lo que pago en un año es posible construir bombas para quemar una aldea. Con todo eso, ya soy culpable”, decía.

En junio de 1967 un Tribunal Federal condenó a Ali cinco años de prisión. Las apelaciones de sus abogados y el pago de una fianza le permitieron eludir la prisión. Pero la condena fue cara: lo despojaron del título mundial, le suspendieron la licencia para boxear y no podría salir de su país.
Ali no retrocedió. El slogan “No iremos” había quedado clavado en las cabezas de los jóvenes desde 1964. Ali era uno como tantos otros. Jamás se retractó. Estuvo tres años y medio alejado del boxeo profesional. Visitaba escuelas y universidades, daba charlas, mientras los estudiantes se manifestaban contra las compañías que fabricaban el napalm que caía sobre Vietnam.

La resistencia a la guerra era masiva. En 1969, en California sólo la mitad de los convocados aceptaba del Ejército. El resto devolvía las tarjetas de reclutamiento y preferían ir a prisión antes que a la guerra.

Aquella sociedad blanca que había rechazado a Ali por sus reclamos de derechos civiles para negros –y ahora debía enviar a sus hijos a la guerra- empezó a apreciar su rebeldía. Comenzó a obtener reconocimiento. Y la justicia modificó sus posiciones. En septiembre de 1970 un juez federal de Nueva York levantó la prohibición –la calificaría “arbitraria” e “irracional”- y le permitió volver al ring.

En su segunda pelea del retorno le ganó a Oscar “Ringo” Bonavena en el mítico encuentro en el Madison Square Garden, en diciembre de 1970.
Ali ya estaba listo para competir otra vez por la corona mundial, pero el campeón, Joe Frazier, frustró ese intento. Le ganó por puntos. El único consuelo para Ali fue que su rival terminó hospitalizado. Fue la primera derrota de su carrera profesional. Tenía 29 años.

Mientras esperaba una revancha, Ali tomó ese año 1971 para hacer dinero. Tenía una cadena de negocio de salchichas que se vendían en los barrios negros, estaba pronto a firmar un contrato con Random House para la publicación de sus memorias, y se presentaba en exhibiciones. Pocas antes de llegar a la Argentina, había boxeado en Milán y Londres.

Cuando llegó a Buenos Aires, el 5 de noviembre de 1971, dio una conferencia de prensa. “Me sentiré feliz de comprobar que en esta bendita tierra no hay discriminación ni otros problemas raciales. Después de mi combate frente a Bonavena tenía mucho interés de conocer este país. Aquí estoy“.

Se alojó en el hotel Alvear Palace, visitó el programa de Horangel, en los estudios de Canal 9, visitó una galería de arte en la calle Maipú y por la noche se enfrentó con el marplatense Miguel Ángel Paez, el campeón argentino de peso pesado, que ya había vencido a “Ringo”. Las tribunas del estadio estaban colmadas. Ali quedó impresionado por su habilidad. Preguntó qué edad tenía. “Treinta y uno”, le respondieron. “Qué lástima –se lamentó-, es un poco grande, si lo hubiese conocido antes me lo hubiese llevado conmigo”.

Cuando lo llevaron a comer un asado en el quincho de la fábrica de lanas de acero en Lanús, sobre la avenida Pavón, después de la pelea en Atlanta, Ali se introdujo en el mundo del sindicalismo argentino. Allí conoció a su jefe, José Ignacio Rucci, de 44 años.

Mohammad Ali y Miguel Ángel Paez en la cancha de Atlanta

Mohammad Ali y Miguel Ángel Paez en la cancha de Atlanta

La “Patria Metalúrgica”

Rucci era oriundo de Alcorta, el pueblo de Santa Fe con tradición en luchas agrarias desde inicios desde siglo XX. Antes de los 20 años había abandonado el mundo rural y trabajaba de lava copas y mozos en bares y confiterías de Buenos Aires. Luego migró hacia el ambiente metalúrgico. Una fábrica de Caballito le permitió especializarse como tornero. De este modo ingresaría a una industria clave en la historia del peronismo –junto a los frigoríficos y los ferrocarriles- pero que tendría un peso político específico propio: “La Patria Metalúrgica”.

En ese homogéneo universo, Rucci encontró su hogar.

A los 23 años, en 1947, ya era delegado de una fábrica de productos electromecánicas, y luego ya empleado en la fábrica de cocinas y estufas Catita, a los 30 años, era dirigente de la UOM, con participación en asambleas, huelgas y revólveres calientes que asomaban en cada confrontación interna. La Revolución Libertadora puso a Rucci en prisión durante un tiempo. Primero en un barco de la Dársena norte, luego en La Pampa y en la cárcel de Caseros.

Pero el metalúrgico prominente de ese tiempo, y a lo largo de la década del ’60, el que dominaría el aparato político del peronismo y enfrentaría a Perón en el exilio de modo más sinuoso que frontal, sería Augusto Timoteo Vandor.

Augusto Timoteo Vandor, “El lobo”

Augusto Timoteo Vandor, “El lobo”

Frente a la dimensión del “Lobo”, Rucci era apenas el secretario de prensa de la UOM de Capital Federal, un hombre de tercera línea, que luego incluso sería corrido a un costado –algunos afirman que por una desviación de fondos para complotar contra el jefe del distrito de la UOM-, y designado interventor del sindicato en Comodoro Rivadavia.

El ostracismo no le sentó bien.

Alejado del poder metalúrgico, Rucci pensó incluso en renunciar a sus tareas gremiales y dedicarse a otra cosa. Su pronto desembarco al frente de la seccional San Nicolás –un consolidado núcleo del cordón industrial que se extendía por el litoral- le daría un lugar más protagónico en la UOM.

Subordinado al General

La década del setenta ya había desplegado a todos sus actores -militares, sindicalistas, organizaciones guerrilleras, Perón-, y también se habían expresado las rebeliones sociales, obreras y estudiantiles a lo largo del país, frente a la dictadura del General Onganía. El mito del orden se derrumbaba.

El crimen de Vandor, el 30 de junio de 1969, un golpe en el corazón de la “Patria Metalúrgica”, que conmovió a la sociedad, sería apenas una señal de la violencia política sobrevendría.

Fue a partir de la muerte del “Lobo” en que la “Patria Metalúrgica” abandonaría la aspiración de autonomía, y aún con dudas, también atenuaría las fricciones con su líder proscripto.

Rucci, que siempre había luchado por neutralizar a los gremios combativos y de izquierda clasista, fue designado secretario general de la CGT en marzo de 1970. Pronto, a la par de Montoneros, pero por sendas distintas, levantó las banderas del regreso de Perón. Fue el primer del sindicalista ortodoxo que lo hizo. En abril de 1971 se presentó en Puerta de Hierro y se puso a disposición del Líder, dispuesto a subordinar a todas las estructuras gremiales para un todavía improbable tercer gobierno.

A partir de ese día Perón adoptó a Rucci en su propio dispositivo del retorno, y lo convirtió en su vocero frente a la “Patria Metalúrgica” y el resto de los dirigentes, y frente al propio Lanusse: le exigió confrontación directa con los militares.

Muhammad Ali y Rucci en Lanús

Asado en Lanús

Asado en Lanús

Esos dos mundos tan disímiles y extraños entre sí –el de Ali, el de Rucci-, se encontraron en la noche del 5 de noviembre de 1971, en el quincho de la fábrica de lana de acero, en la noche de Lanús, frente a casi un centenar de gremialistas, empresarios y políticos.

Eran las dos figuras del asado. Una aspiraba a recuperar el título para demostrarle al mundo que era el más grande. El otro aspiraba el retorno de su líder. Y se dispusieron a medir fuerzas en una pulseada. Fue el momento cumbre de la noche, retratado por el fotógrafo de la revista Las Bases, el órgano oficial del Partido Justicialista. Podría decirse que fue la bienvenida de la “Patria Metalúrgica” a Muhammad Ali. O que fue simplemente un asado.

“Ali era un tipo especial, muy sensible, muy amoroso, muy buen tipo –recuerda Spadone-. A la mañana siguiente lo fuimos a buscar al hotel y lo llevamos para el aeropuerto Ezeiza. En el camino nos recitó una poesía que hablaba del sentimiento de los negros cuando obtenían un acre de tierra. El intérprete lo iba traduciendo. Nos emocionó”.
Marcelo Larraquy es periodista e historiador (UBA). Su último libro es “Primavera Sangrienta. Argentina 1970-1973. Un país a punto de explotar. Guerrilla, presos políticos y represión ilegal”. Ed. Sudamericana @mlarraquy

Fuente: https://www.infobae.com/historia/2018/08/20/el-dia-en-que-muhammad-ali-comio-un-asado-con-jose-ignacio-rucci-en-una-fabrica-en-lanus/

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