Ciudad Autónoma de Buenos Aires

A los 88 años, Guillermo Roux prepara una muestra en el Bellas Artes

(CABA) Un feriado soleado sienta al reconocido artista argentino Guillermo Roux (Buenos Aires, 1929) en la esquina del amplio sillón del living de su casa de Martínez para esta charla. De buen semblante y robusto como siempre disfruta apacible su media mañana…, aunque ya sea mediodía. Es que Roux trasnocha dibujando y, al contrario de lo que se espera para un hombre de su edad, él amanece tarde. Lo rodean mujeres: su compañera de la vida y marchand, la elegante y cariñosa Franca Beer; su biógrafa, la periodista cultural María Paula Zacharías, y Julia, que entra y sale de la cocina con respetuosa confianza y vasos de jugos (el propio Roux la presenta como alguien que lo salva de muchas cosas).

A los 88 años, un último nuevo Roux, vital y con la serenidad que impone la vejez, convoca a partir dos importantes novedades que tiene que ver con su vida y su obra. Un par de razones que son el resultado de su reciente tránsito. Por un lado, tiene en sus manos por primera vez el libro Guillermo Roux en sus propias palabras (Ariel), que escribió Zacharías y hoy se distribuye en librerías. Por el otro, una gran exhibición, “Diario Gráfico“, se inaugurará en quince días, curada por Cecilia Molina y repartida en dos sedes: desde el 17 se alojará en el Museo Nacional de Bellas Artes y, dos días después, también en la Casa de la Cultura Popular Villa 21-24.

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Gran relator, Roux se define como un creador que en distintos momentos de su vida y con diferentes obras sintió siempre que “algo” se apoderaba de él. “No es algo que yo busco. Es algo que se me presenta, una cosa que me arrastra, me lleva”, trata de explicar. Recuerda que varias veces intentó escribir diarios. De hecho, tiene varios empezados en los que también dibuja, y vuelve a escribir y a dibujar. Formado en dibujo con su padre, su frondoso y reconocido cuerpo de obra reúne óleos, acuarelas, imponentes murales y hasta tiene una gran hazaña veraniega: pintó en silla de ruedas el fondo de la pileta de su casa.

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Soy un maniático de escribir. Si lo hago bien o mal no me importa. Escribo por una razón: porque así entiendo más lo que me sucede. Lo hago a mano, por consejo de Pedro Orgambide. Me dijo una vez: ‘Escribí a mano porque así se dibuja la letra y dibujando la letra sentís lo que estás escribiendo como si lo estuvieses pensando’”, cuenta concentrado en sus propias palabras. En diferentes períodos Roux escribió cosas imaginadas, bocetos de novelas, de cuentos; guarda cajas enormes llenas de apuntes y narraciones inconclusas. Declara falta de continuidad, porque las cosas le impresionan de repente y en el momento le generan consecuencias, pero después…

Hoy los recuerdos y la actualidad se unen. Todo tiene que ver con todo: la salud, la cercanía de la muerte, su cuerpo, la vejez, los recuerdos, su producción, la necesidad incansable de expresarse. El libro biográfico recién impreso y las obras que exhibirán en el museo van juntas. Todo comenzó hace cuatro años después de que le dieran el alta de una internación en terapia intensiva.

Insiste con el momento del alta. “Fue cuando salí del sanatorio. Venía para mi casa y recuerdo que por la ventanilla de atrás veía cómo se iban achicando los árboles al costado de la vereda mientras avanzaba la ambulancia. Me impresionaba cómo todo iba achicándose, una tontera de la perspectiva. Sin embargo, a mí me causaba la sensación de ir yendo. Y no era claro que venía para acá (aunque yo sabía que venía para mi casa), pero al mismo tiempo me trasladaba a otras veces en que sentí que iba yendo”.

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Roux tiene varias vidas. Viajó mucho. Vivió en diferentes ciudades: Roma, San Salvador de Jujuy, Nueva York. Siempre buscó esa sensación de dejarse llevar. “Te tengo que contar lo de la ambulancia -retoma-. Cuando llegué acá estaba perdido. ¿Dónde estoy? ¿Quién soy? Nunca había estado internado, siempre fui muy sano, y el hospital me dio una sensación de enajenación, de estar afuera de las cosas. Había entrado uno y salió otro, pero yo no sabía quién era este otro”, se abre y describe.

En ese estado de confusión, le costaba dormirse, ubicarse, darse cuenta, aceptarlo. No quería estar en su casa ni en el hospital, sino en algún lugar mejor, como en un arroyo que invoca de San Luis: “Piedras Blancas”. Volvió a escribir, se topó con que tiene que hablar de médicos y remedios, y no quiere. Entonces pensó que era mucho mejor dibujar. “Empecé a dibujar las cosas que tenía al lado, a reconocerlas”, cuenta con voz calma.

Así comenzaron estos cuadernos, una especie de novela gráfica de sus noches. Roux dibuja con birome negra cuando la casa está en silencio, de madrugada; el duermevela lo inspira. Así aparece un relato con los objetos que lo rodean, su reflejo en un espejo, su cuerpo, la pierna enferma, sus sueños y también las noticias del día, publicidades, flashes televisivos.

Recuerda: “Estaba encontrando un depósito de contradicciones dentro mío que iban haciendo el cuento, relataban mi cotidiano. Una noche, frente al espejo, de repente me vi viejo. Antes tenía la sensación de que era joven. Y me empecé a retratar”.

Introspectivos, oscuros, sensuales, oníricos, simples, directos, confusos, con textos; en estos dibujos el prestigioso pintor y acuarelista encontró un nuevo trazo. Un nuevo Roux se expresaba y saltaba a otro formato en estos cuadernos de noches insomnes que se transformaron en una necesidad para poder dormir. En paralelo, reflexionaba sobre su pasado e invocaba desde el presente recuerdos de antiguas sensaciones. Ordenado metódicamente, de día, con las citas semanales pautadas con la periodista que lo fue guiando en una larguísima entrevista que tomó dos años y otros dos para editar, corregir, armar y revisar. Desde su infancia hasta la actualidad. Toda una vida que no hace más que volver a empezar.

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En sus propias palabras
-¿Es tuyo? -le pregunta Roux a Zacharías.

-Es nuestro -responde la periodista.

-¡Qué increíble! -dice él, sonriente, con el libro recién salido de imprenta entre manos.

El relato de Guillermo Roux en sus propias palabras comienza en la infancia y tiene su punto culminante cuando se proclama “artista tiempo completo“, después de 40 años, tras haber vivido muchas vidas diferentes: dibujante en revistas en Buenos Aires del 50, artesano en un taller estilo medieval en Roma, maestro y titiritero en Jujuy e ilustrador en la Nueva York de los 60. Relata sus andanzas y sus preocupaciones más íntimas, al mismo tiempo que cuenta cómo evoluciona la pelea diaria con los achaques de la vejez, a los 88 años.Todo lo dicho es textual, un testimonio histórico, donde preguntas mínimas dan espacio a largos relatos. Un texto de no ficción, en la primera persona de una figura muy popular en diálogo con la periodista María Paula Zacharías. Al terminar el libro, ninguno de los dos son la misma persona.

El libro, la exposición y una vida hecha de recuerdos e imágenes

Dos obras en una
Durante los últimos cuatro años, Guillermo Roux conversó de día con la periodista María Paula Zacharías para escribir su biografía. Por las noches, llevó un “Diario Gráfico” que desde el 17 de abril se exhibirá en el Museo de Bellas Artes

Sobre la muestra
“Roux está ante un nuevo paisaje, el último, delante de él se abren los caminos que le propone sin cesar su vigilia, todos llevan al mismo punto, él lo sabe, pero el recorrido es imprevisible. Por fin, es libre”, dirá Hugo Beccacece en el catálogo

Sobre la biografía
Publicado por Ariel, el libro de la vida de Roux viaja hasta la niñez y juventud, donde toda su pintura está en germen, y llega a la vejez, otra dimensión. El arte lo atraviesa todo, pero entre líneas se cuenta la historia de un país. NR


Fuente consultada: La Nación

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