Ciudad Autónoma de Buenos Aires

El complejo trabajo contra reloj de «los cerebros» que coordinan los trasplantes

(CABA) Juan Carlos Troncoso -anteojos, tono cordial, algo excedido de peso- es un buitre. «Me lo tomo bien, eh. Si somos eso. Cuando estoy en el hospital y aparezco en la sala de terapia intensiva enseguida me dicen: qué anda buscando. Nada, vengo a saludarte nomás».

El buitre ríe. Después se pone serio, como justificándose: «Entre la vida y la muerte, yo elijo emparentar lo que hago con la vida. Me enfoco en poder ayudar a ese que lo necesita. Tenemos que estar al lado del sufrimiento de una familia y también en la alegría de la otra».

Troncoso tiene 57 años, dos hijos, una esposa. En 1991, con el diploma de pediatra bajo el brazo, entró a trabajar en el Incucai, el organismo encargado de impulsar, coordinar y fiscalizar las actividades de donación y trasplante de órganos, tejidos y células en el país. Hoy, con los galones que da la experiencia, es Jefe de Guardia, un cargo que se ocupa de enlazar al equipo de trasplante con el donante. Dicho así parece fácil.

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«Eran las 20.15 de un lunes -dice- cuando atiendo el teléfono de mi oficina. Me llamaban de Corrientes por un operativo. Tenían una muerte encefálica de un multiorgánico [cuando se puede extraer más de un órgano] así que les pido los datos de rutina para evaluarlo y cargarlo en la lista de distribución. Corto y suena el teléfono de nuevo. Era de Santa Fe. Otro paciente multiorgánico con muerte encefálica. Le pido los mismos datos y corto. Estoy pensando en cómo voy a encarar la logística cuando me llaman de nuevo. Un donante en Santa Cruz. Corto y.

-Lo llaman otra vez.

-Sí, una muerte encefálica en Córdoba. Eran cuatro operativos en distintas provincias, en menos de una hora.

-¿Y qué pasó?

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-Empezó la diversión.

A Troncoso lo llaman los coordinadores hospitalarios, no hay una cifra exacta de cuántos son, repartidos por todo el país, es decir, médicos de terapia intensiva capacitados para detectar las posibles muertes encefálicas de sus pacientes. El hallazgo no depende de la intuición del profesional, sino de un programa que se llama Glasgow 7, diseñado para evaluar el nivel de conciencia o alerta de una persona, que mide los reflejos oculares y las respuestas verbales y motoras, entre otros puntos.

Una vez que la muerte encefálica está verificada, Troncoso carga los datos requeridos -DNI, grupo sanguíneo, peso, talla, muestras de laboratorio- en el sistema SINTRA (siglas de Sistema Nacional de Información de Procuración y Trasplante de la República Argentina) que servirán para cruzarlos y organizarlos por compatibilidad y estado clínico con los ya cargados de los pacientes que esperan por un órgano. De esa manera, el sistema confecciona el listado de posibles receptores. Con sus órganos y tejidos (corazón, pulmón, riñón, hígado, páncreas, intestino, piel, córnea y hueso), un solo donante cadavérico puede ayudar a salvar la vida de varias personas.

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«Con las listas en las pantallas –explica Troncoso-, empezamos a comunicarnos con cada equipo de trasplante. Por ejemplo, llamo al equipo de la Fundación Favaloro y le digo que estoy con un operativo en tal lugar, con un donante de tales características y que me salió su paciente como posible receptor. Entonces pregunto: ¿está en condiciones de hacer el trasplante? Muchas veces me dicen que no pueden porque el paciente está con fiebre o salió de vacaciones. Así que sigo llamando hasta que el órgano se pueda adjudicar. Y eso puede ser en el llamado tres o en el 60″.

El proceso es todavía más complejo de lo que cualquiera puede imaginar. Si es un donante multiorgánico, Troncoso o alguno de sus colaboradores (suelen ser cuatro personas por turno; él hace dos turnos de 12 horas), tienen que comunicarse con los equipos de corazón, renopáncreas, pulmones e intestinos, ente otros, y en cada caso insistir hasta lograr la adjudicación.

Cada detalle cuenta
«Recién cuando tengo todo asignado, empiezo a ordenar logísticamente la llegada al lugar. Todos los equipos tienen que estar a la misma hora porque un paciente con muerte encefálica no está en la morgue, sino en terapia con un respirador que mantiene a los órganos vitales. Si no me apuro, el donante puede hacer un paro cardíaco y el equipo volverse sin nada».

El tiempo nunca es un aliado. En promedio, los pulmones y el corazón, los órganos más críticos, deben estar reconectados en el receptor en no más de cuatro horas. Troncoso también debe calcular lo que se demora en acondicionar el órgano en la heladera («son las de picnic que usan todos, llenas de hielo»), la salida del lugar de asistencia, el tránsito hasta el aeropuerto, el vuelo y el trayecto entre el otro aeropuerto y el quirófano.

Su oficina es ajustada, apenas si caben cuatro escritorios con sus respectivas computadoras y teléfonos. En una de las paredes destaca un mapa de Argentina, con sus caminos y rutas, como en la vieja guía Filcar. No es extraño verlo parado frente a la lámina, estudiando el tramo más corto o conveniente, buscando el aeropuerto más cercano, decidiendo si el traslado de los órganos será por tierra o aire.

En la pared opuesta, la única ventana le permite enterarse de que afuera llueve. El dato no es trivial. «Nosotros estamos a diez minutos de Aeroparque, así que, si vemos que hay tormenta o niebla, ya sabemos que es posible que se cancelen los vuelos», dice y en el gesto serio se adivina el recuerdo de algún procedimiento frustrado por la inclemencia del cielo.

«Si tengo un operativo en Ushuaia ya sé que no voy a poder usar un donante cardíaco para un paciente en Buenos Aires por las horas de vuelo -ejemplifica-. O si el avión llega a las ocho de la mañana a Aeroparque y tiene que estar en 15 minutos en Favaloro, a esa hora, con el tránsito, es imposible. Entonces le pedimos a la Policía Federal que haga un cordón sanitario. Para nosotros, desde el momento que se corta el órgano empieza a correr el reloj».

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Más que intermediarios
En lo que va de 2019 se realizaron 704 procesos de donación que permitieron que 1531 pacientes en lista de espera recibieran un trasplante. También se concretaron 1364 procesos de donación de córneas. Troncoso destaca que hasta hace poco esos números no llegaban ni a la mitad. Mucho tuvo que ver la sanción en julio de 2018 de la nueva Ley de Órganos, Tejidos y Células, conocida como Ley Justina. Desde entonces, todas las personas son donantes, salvo que manifiesten expresamente su voluntad contraria.

«Cuando entré al Incucai -recuerda- había muchos menos operativos. Salíamos con nuestro coche y nos metíamos en la pista para detener un avión y entregarle un órgano para que lo lleven a otra provincia. Ahora, todos los días estamos en Aeroparque recibiendo corneas o riñones, que también viajan por aerolíneas comerciales porque hay más tiempo. Con el resto de los órganos usamos aerotaxis. El ida y vuelta es constante. Deberíamos tener una oficina en el aeropuerto».

Troncoso se entusiasma al contar y muestra la información cargada en el sistema. «Mirá. Un donante de 22 años. Se suicidó con un disparo en la cabeza. Como es diabético sirve todo menos los riñones». El relato se interrumpe una y otra vez porque algún compañero necesita la computadora: para imprimir unos análisis de laboratorio, para chequear la lista de «pendientes«, para autorizar un operativo en Rosario. Se da cuenta que está retrasando el trabajo, que el que está en su hora de descanso es él y nadie más. Decide que lo mejor es seguir la entrevista en el pasillo y, de paso, tomar un café de máquina.

Pese a que de él depende un gran porcentaje del éxito de un trasplante y, por ende, de que una persona pueda salvar su vida, Troncoso no tiene contacto directo con las familias. «Siempre las luces van con el trasplantólogo -acepta-. Nosotros somos los desconocidos de todo este proceso. Igual nos alcanza con ver que a un chiquito se le pudo trasplantar el corazón».

-¿Y si no se pudo?

-Es inevitable que te movilice porque además los chicos tienen menos chances de conseguir donantes y, en cambio, sí hay muchos receptores. Es parte del laburo.

-También es parte del laburo salvar muchas vidas al coordinar cuatro operativos.

-Sí, probablemente, pero eso de salvar vidas es fuerte. Me gusta más pensar que fui el intermediario para que la gente que necesitaba algo lo pudiese tener.

-Y siguiera viviendo.

– Esta bueno ver que nuestro trabajo sirve para algo. Con eso es suficiente. Las luces se encienden en un momento y se apagan rápidamente. NR

Fuente consultada: La Nación

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