Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Mercedes D'Alessandro: "Nuestra sociedad parece penalizar a los varones que se quedan en casa a cuidar a sus hijos"

Había una vez un hombre que para poder disfrutar de los primeros días de vida de su hijo, recién nacido, decidió encarar a su jefe, no con poca vergüenza, para solicitarle sus dos semanas de vacaciones, otros dos días por mudanza, otros dos por estudio, que sumados a los dos de la licencia por paternidad hacían un período bastante decente para pasar junto a su bebé y su pareja.

El hombre casi que había llegado a rogar para ser feliz. Su historia podría ser la de un cuento, la de cualquier cuento de cualquier hombre en cualquier país del mundo donde las licencias por paternidad sean consideradas así, una especie de ofrenda familiar -mínima, simbólica- hasta apenas ocurrido el parto: después, la crianza será tarea de la mamá.

En Argentina, puntualmente, se cruzan dos números que dicen mucho sobre la penetración del modelo patriarcal en nuestro sentido común: los irrisorios dos días que se extienden las licencias por paternidad van de la mano con que el 76% de las tareas domésticas y de cuidados no remunerados (es decir, cocinar, limpiar, hacer compras diarias, acompañar a los hijos e hijas a la escuela, cuidar de los adultos mayores que haya en el hogar, ni que hablar de personas enfermas o discapacitadas, entre tantos etcéteras) son realizadas por mujeres. Las preguntas que este cóctel machista dispara son variopintas, pero en particular una, poco divulgada, llama poderosamente la atención, incluso hasta poder ser formulada tanto entre signos de interrogación como de exclamación: ¿por qué los hombres no reclaman que se extienda la licencia por paternidad? ¡Por qué los hombres no reclaman que se extienda la licencia por paternidad!

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“Hay todavía una carga para el varón que se queda en la casa para cuidar a los chicos, como si tuviera algo fallado, como si le hubiera pasado algo. ¿Cuántos varones conocemos que hayan dejado sus carreras, o sus trabajos, aunque sea dos o tres meses, para cuidar a sus propios hijos? Es como si nuestra sociedad los penalizara, los viera mal, dijera ‘Este es un loser‘, ‘Es un trepador” por ejemplo”, analiza Mercedes D’ Alessandro, doctora en economía y autora de “Economía feminista. Cómo construir una sociedad igualitaria (sin perder el glamour)” (Sudamericana, 2016), en el que fundamenta con datos y estadísticas la brecha que existe entre varones y mujeres en el mundo laboral.

“Para un hombre parece una cosa rara, mientras que una mujer que resigna meses de trabajo, un año, diez años incluso, está haciendo lo que corresponde”, agrega D’ Alessandro, también una de las creadoras de “Economía Femini(s)ta” (economiafeminita.com y @ecofeminita), un grupo surgido de distintas disciplinas académicas y conformado casi exclusivamente por mujeres (“Incluimos también un hombre, nuestro cupo masculino”, bromea), dedicado a analizar y generar documentos apuntados a desarmar prejuicios, argumentos e ideas que la gente suele utilizar como caballitos de batalla para defender posiciones -a veces incluso sin asumirlo- machistas. “Desde la economía, la filosofía, las ciencias duras y la tecnología trabajamos sobre las discusiones que vemos nuestro alrededor, con una perspectiva de género y con datos que sustenten nuestras posiciones”, explica D’ Alessandro.

-Si hablamos de desigualdad de género, ¿cuáles son los datos que más te impactan, los más significativos?

-La gente suele vincular la economía con la Bolsa, con inversiones, el dólar. Desde mi perspectiva, la economía, la economía política, lo que estudia es la desigualdad. En otras palabras: estudia la forma en que nosotros nos organizamos para producir en nuestra sociedad. Y esa forma genera desigualdad, que una porción muy pequeña de la población se quede con la mayor parte de la riqueza y que haya una gran masa de la población en la pobreza. Esa desigualdad, además, está atravesada por el género. Solo el 11% de las personas más ricas del mundo son mujeres. En cambio, entre los más pobres, las mujeres representan más del 70%. Entre las razones de este fenómeno está la brecha salarial. Cuando uno descompone esa brecha entre trabajo formal e informal, surgen otras cifras, son mundos diferentes. La brecha salarial entre hombres y mujeres en el trabajo formal es del 27%, mientras que en el informal asciende al 40%. Detrás de estos números hay otra brecha, invisible, vinculada a cómo se distribuyen hacia el interior de los hogares los trabajos domésticos y de cuidados no remunerados: en Argentina, el 76% de esas tareas las realizan mujeres.

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-El trabajo invisible…

-Claro. Es lo que tenemos que desarmar entre todos. Porque esa distribución asimétrica hace que las mujeres tengan menos participación económica -porque tienen más carga dentro de los hogares-, y tengan -cuando sí participan económicamente- trabajos más flexibles, más precarios e informales, y por ende tengan también menos salarios y más obstáculos para crecer en sus carreras laborales, tanto hacia arriba (los “techos de cristal”, como se le dicen), como asumiendo tareas que estén masculinizadas, que para seguir con la metáfora, serían las “paredes de cristal”.

– ¿Y cuáles serían las posibles soluciones? ¿Que el hombre resignara su carrera profesional para dedicarse un poco más a las tareas del hogar?

-Nosotras siempre decimos que tenemos dos formas de resolver esta redistribución asimétrica de las tareas del hogar y los cuidados. Una es esa: repartirlas entre hombres y mujeres. La otra son políticas públicas que nos brinden, por ejemplo, un mejor sistema de cuidados, más accesible, gratuito, más comedores, más clubes, más geriátricos, etc. Después están las licencias por paternidad y maternidad. Un ejemplo bien claro: si tenés entre 20 y 30 años, vas a buscar un trabajo y todavía no tenés hijos, para un empleador tenés un cartel grande en la cabeza que dice “Voy a ser mamá pronto”. Sea o no sea tu plan, igual tenés ese cartel, mientras que a un varón eso no le sucede. De hecho, pueden ir a esa misma entrevista laboral un
varón y una mujer de 25 años y los dos decir “Voy a ser papá” y “Voy a ser mamá”: ¿a quién va a preferir el empleador, si el padre, hoy, por ley en Argentina tiene dos días de licencia por paternidad, y la mamá tres meses…

-Pero entonces, ¿cómo hacemos para poder tener y criar hijos sin reproducir esa brecha? ¿Extender la licencia por paternidad ayudaría?

-A mí me vuelve loca que los varones no reclamen la licencia de paternidad extendida.

-¿Por qué creés que no lo hacen?

-Creo que, en principio, está muy asimilado que son las mujeres las que se tienen que cargar con estas tareas. Pareciera que venimos con un don de la naturaleza que nos permite ser mejores limpiando el baño, mejores cocinando, mejores cambiando pañales. Hay una parte que sí viene con la naturaleza: las mujeres amamantan, y eso es necesario para el desarrollo de un bebé. Pero las licencias, en países más desarrollados en términos de políticas de género, contemplan cuatro meses de licencia para la mamá y cuatro meses para el papá: licencias compartidas. En Tierra del Fuego, incluso, hay una licencia de cuidados compartidos, que rompe con esa cosa de varón-mujer, porque nosotros tenemos un montón de familias que ya no están compuestas de esa manera estereotípica de la mamá y el papá, sino que quizás una mujer madre comparte el cuidado con su propia madre, con su hermana, con alguna amiga o con su pareja mujer también. Entonces ellos piensan en licencias no para mamá y papá, sino en licencias de cuidados.

-¿Ayudaría que fueran obligatorias esas licencias?

-El hecho de que sean obligatorias marca una orientación. Por ejemplo, cuando promulgaron las licencias por paternidad en Japón, nadie se las tomaba. Lo mismo pasó en Canadá. Hay todavía una carga para el varón que se queda en la casa para cuidar a los chicos, como si tuviera algo fallado, como si le hubiera pasado algo. ¿Cuántos varones conocemos que hayan dejado sus carreras, o sus trabajos, aunque sea dos o tres meses, para cuidar a sus propios hijos? Es como si nuestra sociedad los penalizara, lo viera mal, dijera “Este es un loser“, “Es un trepador”, por ejemplo. Parece una cosa rara, mientras que una mujer que resigna meses de trabajo, un año, diez años incluso, está haciendo lo que corresponde.

-¿Creés que eso se debe a lo impregnado que los hombres tienen el patriarcado, que no lo pueden evitar por más que tengan el deseo de estar tres meses cuidando a un hijo? Como si hubiera algo más fuerte que dice “No es así”, o “No debe ser así”…

-Primero hay que dejar en claro que estamos hablando de deseos y de ideales, porque lo cierto es que vivimos en un país en el que más de un tercio de los trabajadores está en trabajos precarios o informales, por lo cual ni siquiera tiene derechos a las licencias por maternidad y paternidad que brinda el estado. Hecha la aclaración, y considerando solo a los trabajadores y trabajadoras formales, hay que notar que las mujeres también tienen una licencia por maternidad corta: tres meses, está por debajo de las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud en cuanto lactancia materna. Y las mujeres tampoco estamos reclamando por extenderla. Creo entonces que en una situación en la cual el mercado laboral es tan exigente -salarios bajos, empleos siempre en riesgo, etc.- la mayoría siente que es un lujo estar pensando en este tipo de cosas. Y ahí hay varias cosas que desarmar. En principio, empezar a reclamar estas cosas, porque son parte de nuestra vida cotidiana, porque son derechos que tenemos que conquistar. Porque hacen también a un mejor funcionamiento de la familia, de la pareja. En Canadá hicieron estudios, después de que los varones empezaron a tomarse las licencias por paternidad, y había mejorado la tasa de matrimonios, se separaban menos parejas. Además, se trata del cuidado de los hijos e hijas, las personas que uno más quiere: es algo que definitivamente va a mejorar tu calidad de vida y también, por ende, mejorar la calidad del trabajo que vayas a hacer.

-De acá a diez años, ¿cómo te imaginás este panorama? ¿Creés que avanzaremos algo o sos pesimista?

-Quiero ser optimista y pensar que va a cambiar. El año pasado, en noviembre, de repente en una madrugada un grupo de diputadas, saltando sus diferencias ideológicas, se unió para sancionar una ley de paridad de género para las listas electivas. El año que viene empezaremos a ver esos avances. Y ese proyecto de ley estaba ahí hace rato, nadie quería leerlo ni hacerse cargo. Otro ejemplo: este año se está discutiendo en el Congreso el proyecto por el aborto legal, seguro y gratuito: se presentó ya siete veces, pero es la primera en que se están tomando más de dos meses para  discutirlo. Son cambios muy importantes. Y los logramos bastante rápido. Desde 2015, con la primera Ni una Menos, hasta hoy, cambiamos los titulares de los diarios: ya no dicen tan fácilmente “crimen pasional”, ha surgido la figura del femicidio, la del travesticidio, ganamos la paridad en las listas y ahora tenemos vigente la discusión sobre el aborto legal.

Fuente: http://www.infobae.com/sociedad/2018/04/15/mercedes-dalessandro-nuestra-sociedad-parece-penalizar-a-los-varones-que-se-quedan-en-casa-a-cuidar-a-sus-hijos/

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