Ciudad Autónoma de Buenos Aires

El niño que llevamos dentro…

Mamá, comprame (bis)

por QUENA STRAUSS, periodista
Ilustración VERÓNICA PALMIERI

Vamos primero con las obviedades: vivimos en una sociedad llamada “de consumo”. Y ahora con lo quizá no tan obvio: que nuestra manía por comprar y rodearnos de cosas relucientes se aprende desde la niñez, a fuerza de caprichito y pataleo. ¡Si lo sabremos! Una se tira de cabeza en la arena a eso de los tres años, grita, llora y se embebe en mocos hasta que la lana de azúcar que no querían comprarnos finalmente aparece por obra y gracia del mágico berrinche.

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Desde entonces, allá en Mar del Plata y en nuestros primeros veraneos, nos hemos erigido como sujetos comprantes, demandantes, exigentes. ¿El problema? Que ahora –ya pelados, panzones, arrugadas– hay una parte de esa criatura tiránica y caprichosa que se niega a desaparecer y hasta reclama para sí más y más territorio.

Así, al grito de “porque yo cuido mi costado infantil”, el niño interior se agiganta, salta para afuera y un buen día te encontrás con uno de 35 disputándole la Wii a su hijo de cinco o con mamás ya cuarentonas ofendidas con sus hijas porque la coreo de la fiesta de fin de año les sale al toque y a ellas no. Mezcla de adultos y de chicos, los ingleses los llaman “kidults”, algo así como chidultos.

Imaginate: vos sos una nena y un día descubrís que todos a tu alrededor también lo son, sin importar si ya son madres o si peinan canas. Y que todos compran (para eso son adultos), pero además desean y se encaprichan a la par tuya (porque tienen el niño interior hiperdesarrollado). Yo, la verdad, de un mundo como ese me bajo a la segunda vuelta. O, mínimo, le pido a la Gran Bruja del Norte que los hechice a todos y les reponga el cerebro que tanto andan necesitando.

Chiquilladas
por LUIS BUERO, periodista

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Leonardo Favio, en la canción Chiquilladas, lo mismo que Serrat en Barquito de papel, utilizaron la poesía y la música para recordar la niñez. Pero el niño que fuimos no se quedó totalmente en el pasado y surge a cada paso, en el instante menos pensado.

Para los que tuvimos hijos y malcriamos nietos, ya de grandes nos tentó la idea de subirnos a la calesita a dar vueltas, con la excusa de que el nene o la nena “necesitaba que lo sostuviéramos mientras montaba el caballito de madera”. Ni hablar de nuestro empeño por enseñarles a tirarse del tobogán o menearse en la hamaca haciéndolo nosotros antes que ellos.

Seguro que la vida es sueño, como decía don Calderón, pero también es juego. No somos varones “kidults”, pero nos sigue atrayendo el fútbol de potrero o de canchita alquilada, como cuando éramos pibes, o competir con los “locos bajitos” a ver quién remonta más alto un barrilete o llega más rápido a la orilla barrenando en la playa con una tabla de telgopor. Y hablando de playa, quién de grande no “colaboró” para hacer un castillo en la arena y se pasó la tarde juntando caparazones de caracol.

Reconozco que al igual que cuando lucía pantalones cortos, me siguen gustando los caramelos Sugus, los videojuegos (ahora más sofisticados), las historietas, algunos dibujos animados, y estoy comprando las figuritas del Mundial de Rusia para coleccionarlas, aunque, como siempre, vienen repetidas. Mis amigas dicen que los hombres nunca crecemos, que sólo envejecemos y nos morimos verdes. Puede ser. Tal vez por eso nos va tan bien con el psicoanalista, porque no nos cuesta nada recordar la infancia.

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Fuente: https://www.infobae.com/parati/news/2018/05/31/el-nino-que-llevamos-dentro/

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