Ciudad Autónoma de Buenos Aires

El progreso de la colectividad boliviana, comunidad que lidera la producción de verduras y frutas de Buenos Aires

(CABA) “Vine en el 90 con mi mamá y mis dos hermanos Silvio y Julio -dice Rubén Sotar, 40 años, nacido en Potosí- porque acá había trabajo y allá no. Justo en ese tiempo vino el río y se llevó nuestra casa. Por eso vinimos a Argentina a trabajar en las quintas”.

Mi papá se vino con mi mamá y con cuatro hijos. Acá tuvieron dos más y de chicos todos trabajábamos en la quinta. No es trabajo para dos personas, hacen falta muchas manos y los chicos siempre ayudan”, cuenta Héctor Calderón, de 30.

Vine a los 16 desde Cochabamba, sola, a trabajar en la casa de una familia boliviana que vivía acá. Atendía la casa, lavaba la ropa. Con el tiempo me traje a mi mamá y a mis ocho hermanos”, recuerda Norma Andia, a sus 54 años.

Las historias son diferentes pero en el fondo son la misma. Desde la década del sesenta decenas de miles de bolivianos, solos o en familia, llegaron a Argentina en busca de un futuro mejor. El país, con sus enormes extensiones de tierra, les prometía trabajo y prosperidad. La semana pasada, la comunidad fue noticia luego de que el gobierno jujeño, avalado por el nacional, impulsara un proyecto para eliminar la gratuidad en el servicio de salud para aquellos que no sean residentes legales.

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Para la década del 80 ya gran parte del trabajo frutihortícola estaba en manos de bolivianos y en los años siguientes el número no hizo más que crecer. Para 2017 el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) calculaba que el 80% de la producción de verduras, frutas y hortalizas de los alrededores de Buenos Aires estaba en manos bolivianas, concentrado en los mercados de Escobar, Pilar y Luján, entre otros.

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Escalera boliviana
El concepto de “escalera boliviana“, acuñado por el sociólogo del Conicet Roberto Benencia, describe los cuatro pasos que atraviesa el horticultor: Primero son peones, luego son medieros (un patrón pone la tierra y la mitad del capital y se queda con el 50% de las ganancias), luego arrendatarios y finalmente, si han hecho el dinero suficiente, se convierten en dueños.

Después de la paraguaya, la boliviana es la segunda colectividad más grande de Argentina y estos dos, junto con los españoles e italianos, son los cuatro aluviones inmigratorios más grandes de la historia del país. Según el Censo Nacional de 2010, habitaban aquí más de 345.000 bolivianos. Sin embargo, sus propias estimaciones superan por mucho estos números. Diversas asociaciones aseguran que en el país habitan cerca de tres millones de bolivianos.

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Luis Mina, también llegado hace décadas desde Potosí, es el vicepresidente de la Colectividad Boliviana de Escobar, la más grande del país. El mercado de esa localidad bulle en su hora pico de las ocho de la tarde. Cientos de personas transitan entre los cajones de madera repletos de frutas y verduras. Sandías enormes, verdes, brillantes, vuelan de mano en mano desde el carro hasta apilarse en una suerte de montaña colorida.

Sentado en la oficina de la administración, Mina cuenta: “Cuando primero vinieron los bolivianos no había otra actividad que la agrícola. Familias enteras llegaron y algunas ni se volvieron, hicieron su vida aquí. Estas familias cuando llegaron la pasaron mal, dependían de un patrón que antes solía ser portugués o italiano y la mercadería se mandaba a los mercados, eran consignatarios. Fueron pasando los años, se avivaron, uno empezó a ir a vender él mismo al mercado, otro lo veía y hacía lo mismo y así fue creciendo, y fueron naciendo los mercados propios”.

Trabajadores
El boliviano es un pueblo muy trabajador, muy robusto, muy fuerte, muy emprendedor. Desde su formación muchos de ellos tienen inculcado el chip del trabajo. Posiblemente la gente que antes se dedicaba a la agricultura se ha cansado y dejaron a la colectividad boliviana que lo haga. Es un trabajo sacrificado y el boliviano lo ha sabido hacer con tesón”, dice Edwin Álvarez, de la Asociación folclórica, artística y cultural del Barrio San Martin, conocido como Barrío Charrúa, ubicado en el límite entre Nueva Pompeya y Villa Soldati.

Este barrio, donde viven familias de varias nacionalidades pero los bolivianos son mayoría, fue el centro de la comunidad hace tres o cuatro décadas, y allí fue que se realizó por primera vez y se realiza todavía la fiesta de la Virgen de Copacabana, la más importante.

“La colectividad boliviana se va agrupando en busca de un grupo que sienta y viva lo mismo. El sentimiento es distinto estando afuera del país, hay una necesidad de compartir cosas que a uno le brotan internamente”, cuenta Álvarez.

Muchos de nuestros padres tuvieron vergüenza sobre nuestros orígenes. Para protegerse de la xenofobia los primero migrantes tuvieron necesidad de ocultar ciertas cosas. Gente que prefería decir que eran jujeños a decir que eran bolivianos. Han sido muy maltratados porque el color de su piel generaba un rechazo y su forma de hablar también”, lamenta.

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Ama Sua, ama Llulla, ama Quella eran las tres leyes fundamentales del Imperio Incaico. “No seas ladrón, no seas mentiroso, no seas ocioso” son los preceptos que niños y niñas bolivianos escuchan al crecer, de sus padres y en la escuela.

A pesar de que la producción frutihortícola es la actividad por excelencia de esta colectividad, el aporte de la comunidad boliviana también se ve en el mercado textil, en la construcción, en el comercio y en el trabajo doméstico del país. Incluso una nueva oleada de inmigrantes profesionales pobló, por ejemplo, los hospitales y clínicas, de médicos bolivianos.

“Las últimas corrientes migratorias tienen que ver con que Argentina -y esto es valorable- ha abierto las puertas a profesionales que vienen a especializarse. Desde los 90 más o menos hay muchos profesionales trabajando”, dice Álvarez.

Norma Andia, presidente de la Federación de Asociaciones Civiles Bolivianas, reflexiona: “¿Quién no tiene un boliviano trabajando en su casa? Como carpintero, electricista, mucama, ¿quién no tiene una verdulería en la esquina con un boliviano?. Damos un servicio, un trabajo”. NR

Fuente consultada: La Nación

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