Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Hasta las instituciones eductivas son víctimas de la violencia en el fútbol

Muchas instituciones educativas de todo el país que se encuentran cercanas a canchas de fútbol deben modificar o suspender sus actividades en cada partido jugado. No es por “la violencia en el fútbol” o al menos no por sus efectos directos. No importa si hay peleas, heridos o muertos. Antes de que todo eso ocurra ya las clases se perdieron. Se trata de grandes operativos policiales que rodean los estadios varias horas antes del inicio del espectáculo a modo preventivo. Desvían el tránsito y las líneas de transporte público deben modificar sus recorridos. En ocasiones la policía solo deja pasar a las personas que muestran su entrada, aun a varias cuadras del ingreso al partido: un curioso y lucrativo peaje organizado por la Súper Liga o la Conmebol, quienes, como todo el mundo sabe, están por encima del artículo 14 de la Constitución Nacional.

En ese escenario, las clases de las escuelas cercanas se modifican; los chicos salen antes, se interrumpen los horarios, se improvisan métodos para que los padres que vayan a buscar a los más chicos puedan encontrarse sin problemas, etcétera.

Algunos establecimientos como Ciudad Universitaria o una escuela primaria sobre Avenida Cruz, en el Bajo Flores, se convierten en playas de estacionamiento para los espectadores, regenteadas por simpáticos y amables “trapitos” que “supervisan” el lugar y recaudan por cada coche. No tengo noticias de que una sola moneda vaya para las instituciones que involuntariamente los hospedan.

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Los operativos policiales no están para cuidar a los vecinos, a los alumnos de las escuelas ni a las estudiantes que suelen ser insultadas y acosadas por “los hinchas”. Eso sí, hemos naturalizado que en un radio de varias cuadras y con el tránsito cortado se venden y consumen bebidas alcohólicas y otros menesteres.

El punto cumbre del operativo es el momento en el que llega “la banda”: el núcleo duro de la barrabrava de cada equipo que arriba escoltada por tropas de asalto que contemplan, inermes, las patoteadas, los cantos xenófobos, homofóbicos y con apologías al consumo de cocaína. Cánticos todos ellos que, una vez entrada “la banda” al estadio, todos los hinchas corearemos con automática devoción. Con la finalización del partido, hay que ser sensible al ánimo de los simpatizantes, especialmente en las derrotas hay que redoblar cuidados y temores.

La prohibición del ingreso al público visitante a los estadios no modificó para nada este paisaje patético, en el que alumnos y docentes deben alterar sus actividades, y su planificación siempre contempla el “no se puede, hay partido”.

Todo esto ya se ha aceptado como “cultura del aguante”, “folclore del fútbol”, “pasión futbolera” o “el problema es que el argentino no sabe perder”: un mejunje de excusas y explicaciones tranquilizantes para una simple aunque incómoda opción de prioridades: educación o fútbol.

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Es obvio que se trata de una batalla despareja: los negocios legales que mueven al fútbol y los ilegales que lo rodean tienen una capacidad de lobby fenomenal, aunque a veces se trate de partidos con quinientos espectadores, menos gente que la del instituto de formación docente vecino al estadio que debe cerrar sus puertas y recomendar a las alumnas “vayan todas juntas, por las dudas”. No sé qué diría Domingo F. Sarmiento frente a esta colosal exaltación arrogante de la ignorancia, aunque me imagino su furia ante la situación. Si sé qué le respondería “el mundo del fútbol”: “Sarmiento, la tenés adentro”.

Tengo una sencilla propuesta para solucionar este problema: si la realización de un partido y los operativos que lo rodean limitan la normal realización de actividades educativas de cualquier institución cercana, el partido debe postergarse a un día y horario conveniente para la escuela. O sea, entre fútbol y educación, educación.

La propuesta no elimina el circo de los mega-operativos ni la exaltación dionisíaca y viril de las hinchadas. El aguante no se mancha. Es una medida que, apenas, les dice a los educandos y a los docentes: ustedes son más importantes que los derechos televisivos.

Supongo que la propuesta no se va a aplicar. Lo único que desearía en ese caso es que dejemos de fingir normalidad y asumamos que la sacralidad de un día de clase no debe predicarse solo frente a un paro docente.

Hay opciones. Hay decisiones. Y hay prioridades. Y si nos sacamos la careta, comprobaremos que la educación no es una de ellas.

El autor es educador. Su último libro es “El colapso de la educación” (Paidos).

Fuente: https://www.infobae.com/opinion/2018/11/04/hasta-las-instituciones-eductivas-son-victimas-de-la-violencia-en-el-futbol/

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