Ciudad Autónoma de Buenos Aires

LAS TRES ESQUINAS DEL CABALLITO

En 1968, poco se sabía sobre la ubicación de la pulpería que dio nombre al barrio. Se inició entonces una polémica en el diario Clarín, en la cual participaron entre otros investigadores, el autor de este artículo, quien más tarde, documentó sus descubrimientos en su libro “San José de Flores. El pueblo y el partido. 1580-1880”. Allí señalaba, por primera vez, que existieron tres sucesivas pulperías del Caballito, ubicadas en tres esquinas diferentes. Este descubrimiento, dado a conocer en 1977, pasó sin embargo desapercibido, pues el engañoso título del libro no hacía imaginar al lector desprevenido que uno de sus capítulos se desarrollaba la historia del famoso almacén. A partir de entonces, muchos autores y periodistas que escribieron sobre Caballito, copiaron impunemente mi relato sin mencionar la fuente. Por esta razón, lo reproducimos aquí tal como apareció hace 30 años atrás. Creemos que es de justicia, reivindicar la paternidad de nuestra investigación histórica.

Entre las pulperías o esquinas del partido de San José de Flores, la más afamada fue la del Caballito, porque su nombre perduró en la toponimia porteña en el floreciente barrio homónimo. Hubo otras esquinas famosas que no tuvieron igual suerte, tal la de “Bachicha” (Acoyte y Rivadavia) que tomó su nombre de su dueño, el genovés Juan Bautista Grimaldi, establecimiento que funcionaba ya a fines del siglo XVIII y que fue trabajado por don Tomás Grigera, pasando luego a propiedad de Luis Naón. Su aviso de venta aparece en la “Gaceta Mercantil” del 6 de febrero de 1828.
Sobre la famosa del Caballito, a mediados del siglo XX todavía se discutía sobre el lugar de su ubicación, pues para esa época ya no existían contemporáneos que pudieran dar una versión cierta de dónde estaba instalada. Aclaramos que siempre se pensó en un solo local, al que Bernardino Fernández, en una serie de notas sobre el barrio, publicadas en Noticias Gráficas en 1955, denomina erròneamente como “La Posta del Caballito”.
En el año 1903, el tradicionalista Manuel Bilbao expresaba sobre el barrio: “Parece que el origen de este nombre ha sido un almacén donde paraban las carretas que venían del oeste. El señor Enrique Ropes fue uno de los primeros propietarios del Caballito. Las quintas de Mulhall, Lezica, Cousandier, etc. se encuentran en este barrio, el que ha adelantado mucho en estos últimos años”. Nada aporta Bilbao sobre dónde estaba ubicado el almacén o pulpería, ni quien fue su primer propietario.
La más importante versión escrita, fue publicada por un inhallable diario local denominado “El Heraldo del Oeste” que hizo en 1904, un reportaje a Teodoro Vila, hijo del primitivo fundador, don Nicolás Vila. De esta nota evocativa, Bilbao dio a conocer la versión “clásica” del origen de Caballito.
Por su parte, un cronista de “La Nación” entrevistó en 1910 a don Leopoldo Domato, entonces propietario del establecimiento, quien hizo un resumen aproximado de su historia. Dice así:
“Conocíamos de oídas que el barrio de Caballito había recibido su denominación de un almacén existente en la esquina de Rivadavia y Polvorín, donde se exhibía una veleta de latón representando un caballo. Llegamos al almacén y se nos indicó la casa del propietario, don Leopoldo Domato, allí vecina, el que satisfizo nuestra curiosidad contándolos la leyenda de la veleta. Según he oído contar a mis antepasados –nos decía el señor Domato-, el primer poblador del barrio fue un señor Requejo que levantó un rancho en 1804; pocos años después un grupo de genoveses emprendedores y decididos se instalaron por estas soledades: se llamaban Villa, Cánova, Montarchioli y Navone, cuyos apellidos argentinizándose después se convirtieron en Vila, Cáneva, Montarcé y Naón; también se instalaron dos españoles: Ávalos y Cabrera; este último edificó en el año veinte y tantos una casita en el terreno que hoy se conoce por “los cuatro chalets de Basualdo”, casita que existe en ruinas a los fondos del último de los chalets.
Don Nicolás Vila fue el primero de los genoveses nombrados que se dedicó a construir un rancho donde habría de instalar la pulpería del Caballito. Con el objeto de lograr sus propósitos, en el paseo de la Alameda, en casa de un tal Galeano, compró Don Nicola, como lo llamaría después la clientela, una ballenera vieja, la desarmó, la condujo en carretas hasta sus solares y con la obra muerta cercó la casa que levantó enseguida. En el palenque exterior plantó el mástil de la embarcación, y en la perilla, a guisa de cataviento, ubicó el famoso caballito de latón en el año 1821. El caballito fue comprado en la herrería de Monteagudo, situada en la calle Venezuela entre Perú y Bolívar.
Fue entonces que los clientes comenzaron a llamar a la casa la pulpería del Caballito y luego el caballito solamente, por abreviatura y natural pereza verbal del paisano. El mote se extendió y el vecindario recibió la denominación que se hizo corriente desde el año 30.
La pulpería de don Nicolás Vila floreció bajo los buenos auspicios de los paisanos que mentaban las empanadas y la buena ginebra del caballito y durante muchos años continuó adelantando el almacén ostentando siempre el emblema mascota del caballito.
Don Nicola murió trágicamente en manos de las montoneras de Lavalle. En una ocasión intentaron asaltarle la casa y se defendió a trabucazos, matando a uno de los agresores, pero estos volvieron después y lo asesinaron y saquearon. No obstante este contratiempo capital, don Isidoro Vila, el hijo de don Nicola, restableció el negocio el que entró luego en un nuevo período de prosperidad. Por sucesivas transferencias de la propiedad de Rivadavia y Polvorín, frente NE, donde estaba el caballito, pasó después de los Vila a las familias de Ropps, Rolleri, Naón y Zubiaure, llegando por último a poder del señor Domato que es pariente directo de los Vila y político de los Montarcé que, como dijimos, fue uno de los cuatro genoveses primitivos pobladores”.
Hasta aquí la tradición. Veamos qué nos dicen los documentos.
El 6 de noviembre de 1826, Nicolás Vila adquirió a doña Dolores Silva, viuda de Francisco Requejo: “una casa situada a inmediaciones de San José de Flores, edificada en terrenos que aunque por escritura de propiedad consta de cuadra y media en cuadro, debe entenderse que la venta se hace con lo que contiene cercado y plantado”
Este terreno lindaba por su frente al norte, calle Real (Rivadavia) por medio, con don Luis Naón; por su fondo, con los herederos de Justo Monrroy; por el este, con Andrés Cáneva, y por el oeste, calle por medio, con el comprador Vila. Las tierras habían pertenecido a su esposa, quien compró la posesión en el año 1799. Y decimos, la posesión y no la propiedad, porque estas tierras que habían sido de los jesuitas y tenían el antiguo nombre de “Chacarita de Belén”, eran propiedad entonces del Estado que años después, en plena época de Rosas, las vendería fraccionadas a sus ocupantes.
Por ese entonces, Vila era propietario de la fracción lindera que le había vendido don Juan Antonio Ávalos. Decía este último propietario: “que con fecha 15 de febrero de 1821 vendió a D. Nicolás Vila del mismo vecindario, una población que tenía en dicho partido por cantidad de 93 pesos 6 reales que recibió entonces en dinero usual y corriente a su entera satisfacción y contento, sin que, en razón de la confianza que entre ambos mediaba, le hubiese otorgado escritura pública como corresponde sino un documento simple ante testigos.”
La escritura formal se extendió el 28 de marzo de 1827. Esta quinta lindaba por el este, calle por medio, con Andrés Rivero, por el oeste con Matías Ávalos, hermano del vendedor y por el sur, calle por medio, con Francisco Montarcé. Pertenecía la posesión a los Ávalos por herencia de su madre doña Isidora Naranjo.
Estas son las dos quintas que compró y unificó don Nicolás, quien había ingresado al país en 1813 y casado con doña Juana Agriente, siendo concuñado de Francisco Montarcé. Allí edificó la famosa casa en la esquina sudoeste de las actuales Emilio Mitre (antes Polvorín o Camino de la Pólvora) y Rivadavia, en las circunstancias y con los materiales que relata la tradición y cuya veracidad hemos comprobado con las constancias del inventario de la sucesión de Vila.
Por nuestra parte, hemos encontrado una referencia a su propiedad en el “Diario Político y Literario” del 13 de marzo de 1827, donde se lee el siguiente aviso:
“SE VENDE. En la calle principal de S. José de Flores, barrio de Requejo, la casa de D. Nicolas Vila, con cuatro habitaciones, una de ellas forma esquina, todo de azotea, un galpón, árboles frutales, parrales, pozo de balde, etc. en la misma casa vive su dueño”.
Con el asesinato de Vila en 1829 comienzan los problemas para su familia. Su propiedad principal, situada en la manzana limitada hoy por las calles Emilio Mitre, Juan Bautista Alberdi, Víctor Martínez y Rivadavia, se mandó a remate para el pago de sus acreedores.
En “El Lucero” y “La Gaceta Mercantil” de febrero de 1832 se anuncia: “En las tardes de los días quince, dieciséis y diecisiete del corriente se han de celebrar almonedas y remate bajo los portales de la Casa de Justicia, de la casa, rancho y quintas ubicadas en San José de Flores de la propiedad del finado Don Nicolás Vila sacado todo en la cantidad de 16.787 pesos 4 reales, cuyo remate se verificará para pago de sus acreedores. El que guste imponerse del pormenor de las tazaciones, puede ocurrir al oficio del que suscrive, donde se le manifestarán. Buenos Aires, 12 de marzo de 1832. Miguel Mogrovejo”.
Así fue como el 18 de junio de 1833, ante el escribano Mogrovejo, comparecieron los síndicos del concurso de Vila, señalando que habiendo quedado como únicos dueños de todos los bienes y “la quinta grande del mencionado finado, a escepción, solamente, de la quinta pequeña que fue dada a la viuda, Da. Juana Agriente por convenio de 19 de abril de 1833”, habían convenido vender la Esquina del Caballito al vecino don Luis Naón en la suma de 5.500 pesos moneda corriente.
Los Naón eran dos hermanos genoveses, que se habían afincado en la zona en 1903 participando Luis, en 1806, en el Regimiento de Quinteros que se formó en los extramuros con los pobladores de las quintas durante la primera invasión inglesa. Él retiró la veleta del Caballito y la colocó en su nuevo negocio de pulpería que abrió en la actual esquina noroeste de Rivadavia y Cucha Cucha y el 11 de mayo de 1835 revendió la quinta de Vila a la familia del doctor Valerio Arditi.

El sanatorio Gutiérrez, construido en el predio de la segunda esquina del Caballito, con su frente sobre Cucha-Cucha, actual Federico García Lorca. (colección Alejandro Bassignani)., C. 1950.

El sanatorio Gutiérrez, construido en el predio de la segunda esquina del Caballito, con su frente sobre Cucha-Cucha, actual Federico García Lorca. (colección Alejandro Bassignani)., C. 1950.

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El 3 de julio de ese año, “La Gaceta Mercantil” publica un aviso de venta, donde se describe con bastante detalle la antigua quinta de Vila: “SE VENDE. La casa esquina conocida por del Caballito, situada a las inmediaciones de Flores y en el camino principal, frente a la de D. Luis Naón: tiene un hermoso granero para depósito de trigos, con otras habitaciones para vivir una familia, armazón y mostrador para establecer una pulpería o almacén, con puertas a dos calles y una cuadra de frente y otra de fondo con plantío de monte de durazno que no se ha cortado este año. La persona que se interese en su compra puede ocurrir a la calle de las Piedras N° 74 donde hallará con quien tratar.”
En 1844 vuelve a venderse esta propiedad a don Manuel Casal Gaete y desparece definitivamente su antiguo nombre. La “Esquina del Caballito” pasó a ser la de enfrente, establecida por Luis Naón, quien falleció en el curso de ese año.
Esta esquina pasó, por diversas transacciones entre sus herederos, a poder de su hijo, don Carlos Naón, figura destacada del partido de Flores, donde se desempeñó varias veces como juez de paz, la última durante el sitio de Buenos Aires por el coronel don Hilario Lagos.
Don Carlos donó una manzana de su quinta a la Comisión del Ferrocarril Oeste en 1856 que en principio, denominó “Naón” a la nueva estación aledaña, pero finalmente la popularidad del nombre de Caballito, que era casi la única referencia para denominar al paraje, determinó que se adoptara este nombre para la estación del ferrocarril, lo que oficializó la denominación popular.
Poco tiempo después, Naón, que había emprendido desafortunados negocios, se vio precisado a hipotecar sus propiedades y las de su esposa, doña María Eugenia Capanegra y, producido su fallecimiento en 1861, sus bienes fueron concursados.
La quinta conocida por “Esquina del Caballito” fue loteada y rematada, habiendo adquirido la casa un norteamericano de Salem, estado de Massachusetts, Mr. Henry James Ropes.
Fuerte comerciante, fundador del Club de Residentes Extranjeros y cumplido caballero, Ropes modificó el negocio agregándole nuevas construcciones, proveyéndolo de mercadería importada y rodeando a la propiedad de un hermoso y cuidado parque. Pero el 19 de julio de 1873, atacado repentinamente de viruelas, Ropes fallecía en esta ciudad.
La quinta del Caballito fue adjudicada a sus hijos Enrique y Alberto, quienes poco tiempo después la ponían en venta. El edificio se demolió para construir en ese lugar, el sanatorio de los doctores Avelino y Ángel Gutiérrez, establecimiento que se conservó con su parque y añosa arboleda hasta hace poco más de medio siglo.
Pero no terminó allí la historia del Caballito. Haciendo cruz con la propiedad de Ropes, en la esquina sudoeste de Emilio Mitre y Rivadavia, existía otro negocio de pulpería que arrendaban Manuel Domato y Celestino Montarcé.
Esta esquina formaba parte de una quinta que en la época de Rosas fue sucesivamente propiedad de Domingo Aubert, Celestino Pereda y Narciso Sáenz. Este último, que la adquirió en 1849, estableció el mencionado negocio, que pasó a ser años después de exclusiva propiedad de la familia Domato, de origen portugués.
Cuando comenzó la demolición del segundo edificio del Caballito, Domato rescató la antigua veleta y la instaló en lo alto de su esquina, aprovechando con ello la celebridad que había adquirido el nombre.
En Emilio Mitre y Rivadavia transcurrió la tercera y última etapa de la veleta del Caballito. Allí la conocieron muchos contemporáneos hasta que, en 1925, por gestiones de don Enrique Udaondo y gentileza de la familia de Domato, pasó en carácter de donación a integrar el riquísimo acervo del Museo Histórico de Luján, donde se conserva actualmente.
Como hemos visto, cuando se menciona genéricamente a la pulpería o esquina del Caballito, o erróneamente “posta del Caballito”, que dio origen al nombre del barrio, debe especificarse a cual de las tres queremos referirnos, con el fin de evitar las enojosas e inevitables polémicas que hasta ahora diera lugar el tema.

Investigación: Arnaldo J. Cunietti-Ferrando

Publicado en: www.buenosaireshistoria.org  (perteneciente a la Junta Central de Estudios Históricos de la Ciudad de Buenos Aires)

 

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Fuente: Revista Horizonte

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