Ciudad Autónoma de Buenos Aires

RECUERDOS DE VECINOS: RIVADAVIA AL 5300 EN LA DÉCADA DEL 40

Eran entonces otros los tiempos, como lentos y pausados.

Aun la vida actual vertiginosa no había llegado y las costumbres y las conductas, se percibían con sus caracteres propios y en toda su diversidad.

En la cuadra los vecinos se desplegaban pintorescos, desde sus diferentes orígenes.

En la esquina noroeste del número 5200 de la calle Rivadavia estaba la tintorería EL TOKIO. En el edificio vetusto y sobre la ochava surgían los tres escalones empinados pertenecientes a la incómoda angosta entrada al negocio. Su propietario era un robusto Japonés de baja estatura que como inmigrante, balbuceaba un castellano básico solo comprensible para sus transacciones comerciales. Con su contracción al trabajo, diligente y predispuesto atendía a sus clientes con su eterna y educada sonrisa que relucía algún diente de oro.

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Su reciente esposa era una mujer alta y delgada conocida por correspondencia y que abandonando su vida y profesión de maestra, cambió su destino en la aventura de la emigración para formar una familia en Buenos Aires. Tuvo varios hijos de los que recuerdo a la hija mayor: Martita, y al comportamiento recatado y respetuoso de todos ellos en el trato diario y multitudinario.  Parecían un muestrario del carácter exótico de una cultura tan lejana y diferente como igualmente valiosa.

Adyacente continuaba en la cuadra una casa antigua con dos balcones ventanales altos a la calle en uno de los cuales se leía en un cartel solamente: Peluquería. En ese salón de recepción estaban los clásicos sillones y los acostumbrados utensilios de la peluquería masculina. Dos hermanos Italianos de apellido Keegles eran quienes ejercían ahí su oficio diligentemente.

Después seguía un negocio con dos escaparates laterales y puerta de entrada al medio. Era la armería y cuchillería de los hermanos Maito: dos italianos del norte con su presencia formal y respetable, siempre correctamente vestidos y como representando una autoridad.

En la vidriera derecha en su parte superior había una fila numerosa de armas largas como escopetas o rifles de todo tipo que imponían una sensación de respeto. En el plano inferior armas cortas y municiones. También puñales y dagas y hasta la cuchillería de la cocina y todo tipo y variedad de las tijeras domiciliarias. En la otra vidriera, la izquierda estaba la platería de jarrones, vasos y bandejas todas relucientes, que completaban dignamente la solemnidad de este negocio.

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 A continuación otra casa baja con dos balcones aún más altos y con sus ceremoniosos leones estatuas de cemento. Era una fachada ostentosa de prestigios desconocidos que invitaba a concurrir dentro a su recinto destacado y solemne.

Tal cual, se entraba en una recepción con paredes repletas de grandes cuadros fotografías de políticos y autoridades Radicales de la época y de la historia. En una puerta lateral estaba el acceso al consultorio médico que atendía su propietario: el Doctor Felix Liceaga. Este señor de unos 60 años, era corpulento y barrigón, un poco calvo y ataviado siempre con su guardapolvo blanco bajaba a la vereda campechano y espontaneo para otear a los transeúntes saludando a sus innumerables conocidos. Era el desempeño político adecuado de quien busca simpatizar con todos y ser conocido y reconocido en su afán proselitista. Fue electo y llegó a ejercer como diputado nacional en el periodo del año 1946 como representante de la vieja Unión Cívica Radical. Un severo auto oficial Buick 1947 negro con chofer imponía su presencia y lo recogía frecuentemente para conducirlo al Congreso Nacional. También ejerció como profesor en la escuela Normal cercana y publicó un libro de higiene y puericultura. “La crianza del niño” donde describía diagnósticos y tratamientos de las muchas  enfermedades infantiles que proliferaban entonces como infecciosas inevitables.

Curiosamente el mayor de los peluqueros Keegles, ya mencionado, concurría diariamente a afeitarlo y a desayunar con el Dr. Félix en esta su casa, entablando así una fructífera amistad de desarrollo cultural, y entonces solamente después de esta rutina, atendía su peluquería ya abierta a todo el público.

Al lado y compartiendo la pared medianera estaba mi casa en Rivadavia 5234. Era también la única entrada a través del negocio de la Librería 1810 originalmente de propiedad de mis abuelos maternos. Ahí llegue a mis cinco años y fue desde entonces el lugar de tantos de mis recuerdos tal como intento recogerlos en este escrito.

En la misma casa pero con una entrada separada en el numero 5240 se accedía a la planta superior del primer piso que estaba alquilada a una familia de Obstetras que la usaban con el doble propósito de vivienda y de clínica.

Desde el patio de mi planta baja se escuchaban los gritos y los gemidos de las parturientas a los que estábamos acostumbrados por la repetición de sus frecuencias. Cuando en el año 1942 se mudaron a otro lugar cercano dejaron en el frente una pequeña chapita blanca esmaltada indicando sus nombres: Angelina de Cecco y su nueva dirección.

En reemplazo alquilaron el lugar otros nuevos inquilinos que inmediatamente colocaron en el balcón a la calle un gran cartel de Chapa pintada anunciando ahí Clases de Piano como un conservatorio musical. Eran una familia peruana del pianista solterón, su madre y su padrastro ya personas mayores. Prontamente y como disponían de muchas habitaciones innecesarias las subalquilaron a diferentes personas conformando entonces un inquilinato. Era la permisión de las leyes vigentes que propiciaban de tal manera la vivienda de los pobres obligados a compartir cocinas y baños insuficientes en esa promiscuidad inadecuada.

 Puedo describir sucintamente a esas personas o familias, cada una con su única habitación. La señorita Alonso: Una partera española soltera y de edad mediana muy parlanchina y algo desubicada que intentaba contactarse con la gente en procura de mitigar su soledad. Un mecánico dental que instaló ahí su taller y que tenía además algún operario. Un acomodador del cercano cine Primera Junta quien habitaba ahí con su anciana madre. Un viejo italiano solterón, profesor secundario de matemáticas. Todos comunicados con frecuencia con nosotros a través de las puertas siempre abiertas de nuestro comercio a la calle.

Compartíamos la pared medianera derecha con un Petit Hotel Residencial muy lujoso, propiedad de una familia de ricos ingenieros que construían edificios de categoría de departamentos de su propiedad exclusivamente para rentas de alquileres. En la fachada había una ostentosa puerta con una ancha escalera de acceso y adyacentes a ella dos portones iguales para el ingreso al garaje de cada uno de las dos autos.

Eran invariablemente un Ford y un Chevrolet que poseían respectivamente ambos hermanos ingenieros y que cambiaban casi todos los años en procura del último modelo. Así hasta el  año 1942, cuando por la guerra mundial se discontinuó la industria automotriz que recién se restableció en el año 1946. Eran aun escasos los autos citadinos y así resaltaba aun más la opulencia de estos vecinos notorios.

A continuación en  el único edificio de departamentos de toda la cuadra, construido aproximadamente en el año 1930 y de propiedad de estos ingenieros apellidados Wiedma se albergaban totalmente los inquilinos pudientes de la clase media alta de la época que disfrutaban así de las nuevas comodidades disponibles. Como todos ellos fueron siempre tan cercanos a nosotros y como vecinos dilectos merecen mi recuerdo perenne. Y con su descripción somera intento solamente dar mi merecido homenaje a su memoria.

En la planta baja el local izquierdo con sótano era la Florería Naveros de un Brasilero enérgico y simpático con su esposa abnegada colaboradora y sus hijas Lidia y Victoria y su hijo Héctor, todos ellos compinches de mi edad y de mis correrías infantiles en la vereda soleada de aquella época tranquila donde la vida trascurría también puertas afuera y sin peligros acechando.

Del lado derecho estaba el negocio Hilgo Sport de un propietario alemán que vendía ropa deportiva, paletas y raquetas, pelotas y banderines, etc. y que tenía un encargado joven llamado Eduardo Montone y que luego continuó como propietario sucesor.

Intentaré recordar a muchos de los habitantes y familias inquilinas en esos años de aquellos departamentos que aún subsisten hoy en el mismo edificio y numero 5254 de la Avenida Rivadavia.

Mencionaré al Doctor José Astolfi como historiador reconocido y a sus hijos Emilio (médico) y Pepito (ingeniero) ; al almirante Cherasco con sus hijos “Pachin” (medico) y “Quique” (arquitecto); al coronel García y sus familiares hijo y nietos;  “Tuco” (empleado del Banco Nación);  Juan Carlos , “Guillo” y “Pelusa”  Marangoni casado con Dubarry (de la Cosmética) Etc.

En el edificio contiguo dos locales comerciales en la planta baja: la lencería “Kuky” muy modernamente instalada y la peluquería femenina “Distefano” también corsetería (aun se confeccionaban y usaban las fajas modeladoras femeninas) y en el piso alto con su ingreso independiente el consultorio dental del Dr. Crotogini.

Al lado continuaba una casa baja con un zaguán estrecho al patio perteneciente a los hermanos Motto que poseían sobre la calle Rosario, a la vuelta y en la misma manzana un negocio de carbonería. En aquel entonces aun proliferaban las cocinas a carbón vegetal y este se adquiría en bolsas grandes de aspillera que derramaban un polvillo negro que había que limpiar.

Los hermanos Motto conducían un camión playo de su propiedad que cargaban de las bolsas de carbón y también de otras similares de patatas que descargaban a mano y constituían las únicas mercaderías de todas sus ventas.

Continuando estaba la tienda del judío sefardí Albajari y después la camisería del judío eskenazi  Sheinkestel. Ahí recuerdo un inolvidable fuerte olor a almidón emanando de toda la mercadería prolijamente apilada en sus estanterías.

Todas estas personas mencionadas eran mayores contemporáneos de mis progenitores y naturalmente muchos tenían hijos de edades parecidas a la mía, por lo que las veredas cercanas y comunes eran los sitios de encuentros compartidos y de una vivida relación social. Así fue mi arribo paulatino a la adolescencia.

Retomando la descripción, seguía la sucursal del Banco Español y luego la Agencia de publicaciones y avisos del diario La Prensa. A su lado el importante local de dos pisos del bazar Dos Mundos y después tres locales comerciales del que recuerdo principalmente a la perfumería de Recagno.

Seguía el cine Primera Junta con sus dos negocios laterales: la relojería “Goyita” de Felstein y la bombonería caramelería de Salemi.

Apurando este recuento y tratando de conservar el orden, detallo como puedo quienes completaban este recorrido hacia Primera Junta. Una lechería con servicio de sillas y mesas. La sucursal de Grandes Despensas Argentinas. “GDA” entonces muy moderna.

La óptica de De Tofoli. Los Mandarines como cafetería tradicional de  la venta de café en granos y también molido y torrado. La Vinería La Superiora. El bazar Midori y en la esquina del 5400 de Rivadavia la prestigiosa farmacia González.

por Mario Bolotinsky

Fuente: Revista Horizonte

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