Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Las locuras del "Beto" Márcico por Boca y su papel en la venta de los mellizos Barros Schelotto

LOS ORÍGENES DEL HINCHA E ÍDOLO

Alberto José Márcico camina por la calle y un pedazo del barrio de Barracas va con él. Se sienta frente a la cámara y comparte -casi sin proponérselo- las vivencias de su infancia y adolescencia en La Boca. Todavía respira los aires de la calle Brandsen, donde está la Bombonera y en la que vivió desde que era niño. Mamó Boca, creció con Boca y triunfó en Boca.

Beto nació casualmente en Corrientes porque su papá era capitán de barco. Enseguida su familia se instaló en Brandsen al 1700, a ocho cuadras del estadio xeneize. Tiene cuatro hermanos: los tres mayores nacieron en el hospital Argerich; el otro es su mellizo. A su padre no le gustaba el fútbol, se desvelaba con el boxeo. “Si le tirabas una pelota a mi viejo, la agarraba con la mano. Y mis hermanos eran todos buenísimos para el fútbol, tenían carácter y calidad. Podrían haber llegado a jugar, pero cada uno se dedicó a lo suyo”, cuenta.

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Su pasión boquense no fue heredada. Fue su entorno el que se encargó naturalmente de teñirle la sangre azul y oro. Desde los 5 años, su mundo giró en torno al club. “Mis vacaciones de verano, diciembre, enero y febrero, eran ir a la pileta de Boca”, recuerda. Y hasta los 20, cuando se hizo profesional en Ferro Carril Oeste, sació su necesidad como hincha.

El Beto jugaba en la Reserva (en ese entonces llamada Tercera) en Caballito y, cuando terminaba el preliminar, se tomaba el colectivo 25 en Primera Junta rumbo a la Bombonera. Como los horarios de la fecha solían coincidir los domingos, llegaba recién para el segundo tiempo del partido de Boca. Pero para él valía la pena. Su costumbre se interrumpió cuando Carlos Aimar (ayudante de campo de Carlos Timoteo Griguol) obligó a sus dirigidos a quedarse a ver los compromisos de la Primera de Oeste: “Ahí me cagó. Ahora le digo ‘Cai, cómo hiciste eso’. Era algo normal, para profesionalizar. Pero yo era fana de Boca y quería ir a verlo”.

El talentoso atacante que daba que hablar en las juveniles de Ferro veía muy lejano el sueño de jugar con la camiseta xeneize. Es más, confiesa que perseguía la ilusión de hacerlo en Europa, una utopía para esa época teniendo en cuenta las limitaciones de pasaportes comunitarios y cupos extranjeros. Y mientras se quitaba la sed de fútbol gambeteando rivales y convirtiendo goles en inferiores, también transitaba su vida paralela como simpatizante de Boca.

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“Por ir a la final de la Libertadores del 77 contra Cruzeiro en Montevideo, perdí el trabajo y mi viejo me cagó a palos. Tenía 16 años, me fui con los micros. Cuando volví, mi viejo me dijo que era un vago de mierda, por eso se armó quilombo. Mi vieja me bancaba, pero mi viejo me pegó un sopapo…”. Márcico rememora esos viejos tiempos con nostalgia. Y esboza una sonrisa picarona que seguramente también se dibujó cuando Boca fue campeón en Uruguay.

EL ENAMORAMIENTO DEL FUTBOLISTA

“A la gente de Boca le gustaba que yo corriera la pelota cuando la perdía como si fuera un defensor. Y que jugara bien. También se sintió identificado porque yo me crié en Barracas, porque siempre declaro a favor del club… Ojo, porque lo siento”. Márcico analiza cómo se llegó a transformar en ídolo del hincha pese a no haber levantado tantas copas como otros o haber jugado tanto tiempo (desde el 92 al 95 ganó un Apertura, la Copa Máster y la Copa de Oro).

¿Mito o realidad? Cuenta la leyenda que el Beto jugó desgarrado siete partidos del torneo obtenido en el 92 por el compromiso con su equipo. No solamente lo confirmó sino que brindó detalles de aquellas anécdota: “Fue en mi cuádriceps derecho, por eso pateaba con la zurda. Correr podía, pero no patear. Blas Giunta me acompañaba a hacer las ecografías. Me empezaba a entrenar los jueves y me daba un duodecradrón por semana. El cuerpo técnico y mis compañeros me pedían que no saliera y yo me sentía muy importante, quería estar”.

A la hora de hablar de idolatrías, es cauto. Para él no existen absolutismos, sí diferentes campanas. Y prefiere escuchar todas: a los que hoy hablan de Riquelme, Palermo y Guillermo; a los que vieron a Rattín y Menéndez; y los que consideran mejor a Rojitas que a Maradona. “No sólo con los triunfos hay que evaluar la importancia de una persona”, dice. Su trío de favoritos está conformado por Patota Potente, Román y el Loco Gatti.

Beto hurga en su memoria y recorre imágenes del 1-0 de Boca (con gol suyo) frente al Barcelona en el que jugaba Josep Guardiola en Tenerife. Refrenda su amistad con Manteca Martínez, el Mono Navarro Montoya, Blas Armando Giunta, el colorado Mac Allister y Betito Carranza, con los que tiene contacto hasta hoy, e inmediatamente se le vienen a su cabeza los Superclásicos en los que siempre se las ingeniaban para salir bien parados.

“Tuvimos una racha terrible (13 partidos sin perder contando los amistosos de verano). Íbamos 1-0 ó 2-0 abajo pero lo empatábamos o ganábamos. Teníamos un poquito de culito también, obvio que hace falta. Y jugadores medio guerreros. El paraguayo Cabañas era terrible, Blas Armando era terrible, insultaba a los jugadores, se agarraba mucho con Hernán Díaz. El paraguayo, acordate una patada que le pegó Berti en cancha de River… lo pateó en el piso. Le digo ‘paraguayo, cuánto odio juntás, cómo te odia la gente’. Eran jodidos. El Manteca los vacunaba siempre, después vino el Beto Acosta y también. Tuvimos jugadores que tuvieron rachas importantes contra River”.

Ese Boca era un equipo metedor y utilitario que le sacaba jugo a las pelotas paradas con buenos cabeceadores y contaba con un ADN bien bostero, según él. Pero también estaba el grupo de líricos, integrado por Villarreal, el Chino Tapia y los delanteros, incluido el Beto Mágico (como lo apodaban algunos). “Teníamos cuatro o cinco jugadores con muy buen pie para guardar la pelota. La gente decía ‘no, con este Boca no quiero jugar, estos meten como en la guerra’“, asegura.

LA SUPERFINAL ENTRE BOCA Y RIVER EN LA LIBERTADORES

Al Beto le preguntan por el inédito Superclásico y le hierve la sangre. Tiene pensado ir a la ida en la Bombonera con Giunta; la revancha la va a ver con sus hijos y seguramente algún amigo “gallina”. Dejó de lado las cábalas desde que colgó los botines. Antes, en el túnel de Boca afinaba la vista hasta divisar alguna tela de araña en un rincón, las agarraba y se las pasaba por las piernas para que le dieran suerte. Hoy cambió.

“No creo que sea el partido más importante de la historia porque cada club fue campeón del mundo. Sí será el clásico más importante. Antes no se dio esta final porque no se podían encontrar dos equipos de la misma nacionalidad en la final, capaz esta es la primera de varias veces que se van a encontrar”, opina Márcico, palpitando las finales de la Copa.

Si River es campeón, ¿borra la mancha del descenso? “Nooo, no se borra nada, muchachos, eso. Vamos a estar siempre nosotros para hacérselos recordar, primero y principal. Los bosteros vamos a estar siempre para hacerlos acordar de ese día. Y no se borra nada, no se borra nada de la historia. No te digo de acá a 5 ó 10 años, pero vamos a encontrar otro Boca-River en final de Libertadores. Pero de la historia anterior no se borra absolutamente nada”.

¿Sería un hecho que estaría a la misma altura del descenso? “Nooo, tampoco. Boca tiene seis Libertadores, es el clásico rival, ¿vos te podés imaginar que a Boca le entreguen la Libertadores en cancha de River? Es como si Argentina hubiese salido campeón en Brasil, te tienen que dar la copa ahí y estás festejando en el país de tu enemigo -futbolístico- número 1”.

¿Por dónde pasarán las claves para que Boca gane la Copa? “River es un equipo mucho más colelctivo, estoy seguro de que va a hacer el mismo juego que la última vez. Si Boca tiene que saltar el mediocampo y pelear el partido arriba, con Wanchope lo puede hacer. Ojo, a Boca lo podés estar dominando pero te aparece cualquier jugador y te gana el partido, esa es la diferencia que tiene. Con el Palmeiras terminaba 0-0 y apareció Benedetto, como también te puede aparecer Villa o cualquiera. Las individualidades van a pesar”.

MÁRCICO, BOCA, GIMNASIA Y LOS MELLIZOS BARROS SCHELOTTO

El regreso de Diego Armando Maradona a Boca fue un punto de inflexión para el Beto. Con 35 años, transitaba el final de su carrera profesional y tenía claro que no iba a prestarse a ser la sombra de nadie. Incluso de quien hasta hace poco había sido el mejor jugador del mundo. “A esa edad, estar en el banco es jodido, terminás mal la carrera. En Boca iba a ser suplente de Maradona, pero yo me quería retirar jugando“, afirma.

Márcico tenía contrato vigente en la institución de la Ribera. Pero dijo basta. Pedro Pompilio (mano derecha del presidente boquense Mauricio Macri) le propuso un partido despedida que rechazó. Lo vinieron a buscar el Ferro de Cacho Saccardi (su ídolo futbolístico) y el Gimnasia y Esgrima La Plata del Viejo Griguol. Pese a que en el Xeneize muchos le rogaron que permaneciera allí hasta su retiro, optó por el Lobo. Sobre el epílogo de su etapa con al camiseta azul y oro, confiesa: “La pasé muy mal los últimos seis meses en Boca siendo suplente. Engordé y no me entrenaba como antes. No es lo mismo cuando sabés que vas a ir al banco. Yo digo que Maradona y yo podríamos haber jugado juntos, pero Marzolini pensaba lo contrario”.

Instalado en el Bosque platense, tuvo una bienvenida a todo trapo. Trasladó la idolatría de La Boca a la ciudad de las diagonales. En el conjunto dirigido por Griguol asomaban un par de mellizos que llamaban la atención por su parecido y por su calidad: los Barros Schelotto.

“Gustavo tenía mejor técnica y jugaba en el medio. El otro era delantero y resaltaba más, pero Gustavo jugaba muy bien, era muy inteligente y bueno técnicamente. A la par o superior a Guillermo. El otro tenía la picardía del delantero y aparte era guapo”. Beto mira hoy a los mellizos sentados en el banco de Boca y se remonta al final de su época como futbolista.

La relación de Márcico con la dirigencia xeneize había quedado totalmente rota. Y el Beto, de lengua filosa, aprovechaba cada aparición pública para lanzarle un dardo. Desde el otro lado intentaron limar las asperezas y lo invitaron a tomar un café. Su cometido fue logrado.

El Beto aflojó y se dio un apretón de manos con Pompilio y Mauricio Macri, a quien conoció allí mismo (las negociaciones de su rescisión de contrato habían sido con un representante suyo). “Ahí mismo me preguntaron por los mellizos. Me dijeron que tenían ganas de comprar a Guillermo. Yo les dije que el delantero les iba a resultar una barbaridad y, que el otro, también le iba a dar buenos resultados. Pero que tenía que comprar a los dos. Y así fue”. Cuando Márcico llegó a Gimnasia, Guillermo lo miraba de reojo porque sentía que podía llegar a perder protagonismo y continuidad. Pero con el correr de los partidos y el tiempo, más la conexión futbolística que trazaron, su relación personal se modificó.

El mellizo considera al Beto como uno de los jugadores con los que mejor se entendió adentro de una cancha: “Esto lo decía antes de ir a Boca, después seguro que se habrá entendido mejor con Palermo, porque la verdad que centro que tiraba, centro que era gol. Yo a los mellizos los quiero, son muy buena gente, muy buenas personas”.

La concreto es que los Barros Schelotto, enterados del cónclave que Márcico tendría con los directivos boquenses, lo chicanearon: “Me decían, Beto, ofrecenos. Y yo les dije ‘si los ofrezco y van a Boca, quiero un rolex de oro’. Me dijeron sí, sí. Bueno, hasta el día de hoy, no tengo reloj. No cumplieron, ja, pero no importa. ¿Si lo saldan ganando la Libertadores? Sí, totalmente. Me encantaría que lo pueda lograr por el trabajo que hizo Guillermo, que en algún momento fue criticado. Ojalá que se pueda coronar con la Copa Libertadores”.

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Fuente: https://www.infobae.com/deportes-2/2018/11/10/las-locuras-del-beto-marcico-por-boca-y-su-papel-en-la-venta-de-los-mellizos-barros-schelotto/

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