
Según la agencia EFE, nuestra ciudad podría dejar de ser “la París del sur” en poco tiempo si la voracidad inmobiliaria continúa con el sistemático abandono y derrumbe de edificios antiguos a pesar de la movilización de los porteños por conservar su rico patrimonio arquitectónico.
Para el escritor Jorge Luis Borges, su ciudad era “tan eterna como el agua y como el aire”, pero Buenos Aires en los últimos años está cambiando de los edificios de estilo francés, neogótico y art-noveau del siglo XIX a los grandes edificios y bloques de viviendas modernos y lucrativos.
“Se está perdiendo nuestra identidad, nuestra idiosincrasia, lo que nos hace ser porteños, y nos dirigimos hacia una ciudad plagada de edificios altos como los que podemos encontrar en Dallas o Houston, sin identidad ninguna”, lamenta en una entrevista con Efe Gustavo Desplats, coordinador del movimiento anti-demoliciones “Comuna Caballito”.
Pero los porteños no se han cruzado de brazos mientras sus barrios pierden personalidad y desde hace algunos años se han agrupado para luchar contra la impunidad inmobiliaria.
“Los arquitectos hoy están más interesados en construir edificios de 50 pisos que en conservar lo que construyeron sus abuelos”, lamenta Desplats. Basta con decir que la mitad de los edificios distinguidos con el Premio de Arquitectura Municipal de Buenos Aires han sido demolidos con la connivencia de los mismos que los premiaron para darse cuenta de que las autoridades también persiguen más el interés económico que la preservación del patrimonio cultural.
Las cifras hablan por sí solas: la Dirección General de Patrimonio de la ciudad tiene 3.431 edificios registrados, de los cuales 3.053 están en trámite de protección y sólo 378 están catalogados.
Números que contrastan con los de otra ciudad emblemática del cono sur, Río de Janeiro (Brasil), que cuenta con 15.000 edificios protegidos.
La voracidad inmobiliaria ha empezado a pasar ya factura a Buenos Aires, cuya candidatura como “paisaje cultural” fue rechazada en la última Reunión del Comité de Patrimonio Mundial de la UNESCO en Quebec, Canadá.
“Queda claro que las demoliciones son numerosas y que no parece haber ninguna intención de limitar de manera significativa su número”, apuntaba el informe técnico elaborado por miembros del Comité.
Aún así no todas son malas noticias para los viejos edificios porteños, amenazados no sólo por las grúas sino también por el abandono y la falta de mantenimiento.
Varios proyectos de ley en trámite apuestan por su conservación, entre ellos, uno inspirado en Nueva York y Sao Paulo que plantea la posibilidad de vender la superficie no construida en parcelas con edificios protegidos para que se utilice en otras áreas de la ciudad que admiten mayor capacidad constructiva.