Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Diana Cohen Agrest, a diez años de la muerte de su hijo: “Aún me tortura pensar cómo habrán sido los últimos momentos de Ezequiel”

Hay heridas que no sanan con el tiempo, por más reconfortante que suenen algunas frases hechas. El 8 de julio de 2011, Ezequiel Agrest tenía 26 años. Era estudiante de cine y fue asesinado cuando intentaba defender a una amiga en una entradera. Este mes se cumplieron 10 años de su muerte. Su madre, la reconocida filósofa Diana Cohen Agrest luchó primero por lograr justicia por él y, desde el 2014, acompaña a víctimas de homicidio y femicidio desde su Asociación Civil, Usina de Justicia. En diálogo con TN.com.ar, carga contra el funcionamiento abolicionista de la Justicia argentina y recuerda, con dolor, a su hijo.

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“Mucha gente me dijo ‘bueno, tiene que pasar el tiempo y con el tiempo lo vas a recordar con felicidad’. Pasaron diez años, y a mi me duele mucho pensar en Ezequiel. Me provoca un enorme dolor”, dice Cohen Agrest.

“Por un lado está la culpa de no pensar en él… y por el otro está el deseo de no pensar en él. Lo quiero recordar, rescatar los momentos felices, pero me duele. Qué placer puedo tener, si yo sé que esa vida fue arrancada. Qué placer voy a tener si una de las preguntas que me tortura es cómo habrán sido los últimos momentos de Ezequiel. Cuánto habrá sufrido. En quién pensó… lo peor de todo es la conciencia de morir, y yo sé que Ezequiel tuvo conciencia de que estaba muriendo. Y eso me espanta. La verdad es que me espanta”, cuenta.

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Ezequiel Agrest tenía 26 años y estudiaba cine (Foto: Diana Cohen Agrest).
Ezequiel Agrest tenía 26 años y estudiaba cine (Foto: Diana Cohen Agrest).

En la fecha del crimen, en el pasaje Bertrés al 500, del barrio porteño de Caballito, vivía Lucía Agosta, una compañera de su hijo. Ezequiel se preparaba para filmar un corto con sus amigos. Cuando bajaban los equipos, un criminal los amenazó con una pistola y los hizo ingresar a la casa. No le alcanzó con el dinero que le entregaron y decidió maniatar a Lucía y a su hermano, pero Agrest se resistió. El delincuente lo golpeó en la cabeza. Luego, le disparó dos veces.

El nombre del asesino es Sebastián Pantano, hijo de un Policía Federal. Había estado preso y tenía múltiples causas, por robo y portación de armas de fuego. Antes de matar a Ezequiel, había sido excarcelado por el Tribunal en lo Criminal número 5 de Morón.

“Nosotros aceptamos un pacto social. Aquel que viola el pacto tiene que cumplir una pena. No estamos en igualdad de condiciones. El problema es que en la Argentina el sistema jurídico está programado de manera tal que se privilegia a quien violó el pacto. Intentando compensar una balanza que está, como símbolo, mal pensada desde el comienzo. Si pensamos en el ícono de la Justicia, en la balanza, no está en equilibrio, aquel que mató o violó descompensó uno de los platillos, el platillo de la víctima está mucho más abajo, se cayó, ya no está. ¿De qué equilibrio me hablan?”, se pregunta Cohen Agrest.

El abolicionismo desconoce el valor de las consecuencias y angeliza al delincuente. Construye una figura del delincuente que no se corresponde con la realidad. Y además criminaliza la pobreza, porque califica al delincuente de pobre que no puede comprender sus actos. Es un paternalismo oscuro y contradictorio. El abolicionismo es insostenible desde la lógica, y además es desmentido desde la práctica”, agrega la filósofa.

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En mayo de 2013 el Tribunal Oral en lo Criminal (TOC) 18 condenó a Sebastián Pantano a 23 años de prisión, luego de que la Cámara Federal de Casación Penal revocara el veredicto del TOC 28, que inicialmente lo había sentenciado a prisión perpetua.

Una vida que dio un vuelco

Diana Cohen Agrest a los 13 años ya sabía que quería estudiar filosofía. Fue docente durante 30 años, era invitada por universidades del extranjero para dar clases. Su vida giró en el 2011.

“Toda vocación nace de una vivencia personal. Yo empecé dedicándome a la filosofía porque mi abuelo había sido rabino y de alguna manera la filosofía busca respuestas laicas, con la razón, a las mismas preguntas a las que la religión responde apelando a una divinidad y a la fe. Me recibí. Mi madre se enferma de Alzheimer: ahí me volqué a la bioética, porque me pregunté cuándo la vida dejaba de tener sentido. Hasta que murió Ezequiel y ahí me volqué al Derecho, o a la filosofía del Derecho. La vida me desvió de mi programa”, cuenta.

Diana Cohen Agrest, durante el juicio por el crimen de su hijo. (Foto: DyN).
Diana Cohen Agrest, durante el juicio por el crimen de su hijo. (Foto: DyN).

En 2014, Cohen Agrest fundó Usina de Justicia, que acompaña a víctimas de homicidio y femicidio, brindándoles apoyo emocional y asesoramiento legal, e impulsa políticas públicas para mejorar la prevención de conductas delictivas graves.

“Se propone una batalla cultural. No tiene que ver sólo con el beneficio de las víctimas, sino con toda una forma de pensamiento que invierte la tabla axiológica, los valores, y que no puede discriminar entre el bien y el mal, que confunde lo ético con lo jurídico. Nosotros no vamos a ver los resultados. Estamos apostando a un futuro que no vamos a ver. La transformación del abolicionismo penal va a llevar muchísimos años. Han sido varias generaciones las que han hecho del victimario una víctima”, advierte.

¿Se supera la muerte de un hijo?

La respuesta de Cohen Agrest a esta pregunta es cruda: “No así. En otro tipo de muertes, un hijo enfermo, vos podés echarle la culpa a Dios, crear una culpa cósmica, incluso puede existir un consuelo: ‘dejó de sufrir, de tener dolor’. En cambio, cuando te arrancan la vida de un hijo que estaba lleno de vida y que simplemente salió a la calle para estudiar o trabajar, y te devuelven un cadáver, no hay consuelo posible, no se supera”.

Ezequiel Agrest fue asesinado el 8 de julio del 2011 (Foto: Diana Cohen Agrest).
Ezequiel Agrest fue asesinado el 8 de julio del 2011 (Foto: Diana Cohen Agrest).

“Es como si la vida se partiera en dos”, sostiene. “En la cultura occidental se habla de la era antes de Cristo y después de Cristo. Las víctimas también cambiamos nuestra forma de medir nuestra biografía. Cuando tenemos que hacer un cálculo para recordar algo, un viaje, unas vacaciones, una enfermedad, pensamos en si fue antes o después de la muerte de Ezequiel. Los hermanos sufren una doble pérdida: porque no solo sufren la pérdida de un hermano, sino además de los padres que tuvieron alguna vez y que nunca más van a volver a tener”, agrega.

Hay heridas que no sanan y hay historias a las que cuesta encontrarles un costado luminoso. Pero si Agrest no encontró consuelo, al menos encontró un sentido: “Ayudar a otras víctimas es una sublimación del propio dolor. No se puede traer a un hijo de nuevo, pero si podés ayudar a otras madres y otros padres. Cuando escuchan la voz del otro lado del teléfono, de alguien que sufrió lo mismo, saben que se puede seguir viviendo”, concluye.

Fuente: https://tn.com.ar/sociedad/2021/07/18/diana-cohen-agrest-a-diez-anos-de-la-muerte-de-su-hijo-aun-me-tortura-pensar-como-habran-sido-los-ultimos-momentos-de-ezequiel/

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